Al expresidente Mauricio Funes, se le imputan los delitos de peculado, lavado de dinero y activos y encubrimiento, por el desvío de 351 millones de dólares durante su gobierno (2009-2014). Las acciones que lo llevaron hasta este punto están marcadas de matices de manipulación, venganza, desenmascaramiento, infidelidades y lujos.
OPINIÓN
Por Mario Rogel
En 2009, la imagen de Funes fue alabada como símbolo de esperanza ante todas las aberraciones que habían cometido los gobiernos de derecha en el pasado. Se postuló como el enemigo de la corrupción -la cual destapó-, sin tener en cuenta que algún día sería medido con la misma vara.
Las persecuciones que realizó, los discursos cargados de autoridad y cierto toque de prepotencia que emitió, entre otras cosas, lo llevaron a convertirse en un mandatario polémico, respaldado por unos y rechazado por otros.
Quiérase o no, Funes marcó un antes y un después con su tiempo en el poder, para bien -por el destape de la corrupción de ARENA y la creación de programas sociales- y para mal -por las consecuencias de la ambición en el poder que juró combatir-.
Mientras todo esto pasaba a la vista pública, “bajo de agua” se fraguaba un desvío de capitales del Estado, que permitía que “las familias” de Funes pudieran obtener sus beneficios. Llegando a superar, con lujos, lo necesario para la vida cotidiana de una persona. Desde carros de lujo, propiedades, cirugías, hasta viajes costosos; la vida de los Funes y sus allegados se convirtió en un paraíso construido a costa del pueblo.
Pero no lo hizo solo, ya que la manipulación, los tratos, el pago de favores, los prestanombres o testaferros y los vacíos fiscales sirvieron para que muchos funcionarios y “amigos de Mauricio” se beneficiaran de los privilegios que se dieron en su tiempo de gobierno.
Funes estaba consciente de la persecución que sufriría una vez saliera del poder. Sin embargo, no consideró que las investigaciones se iban a profundizar hasta el punto de armar todo un caso con expedientes, que terminaría con una orden de captura en su contra. Fue por estas razones que el expresidente decidió huir hacia un país que le diera la oportunidad de resguardarse bajo sus faldas, un país que le permitiera vivir con la libertad que ya había perdido en El Salvador.
Ese destino era Nicaragua, un país amigo que estaba dispuesto a encubrir sus fechorías. Un país con un gobierno que tiene los días contados, un pueblo que resiste y un político corrupto con asilo, al que se le podría aplicar la extradición inmediata de un momento a otro.
El caso “saqueo público” -como lo denomina la Fiscalía General de la República (FGR)-, tiene dos posibles rumbos hacia el futuro. El primero, es que se tome como parte de las estrategias políticas de cara a las campañas electorales y quede olvidado en los archivos fiscales. Mientras que el segundo rumbo radica en la extradición del exmandatario, junto a los otros culpables, llevándolos a la justicia con pruebas sustanciales, resolviendo así uno de los tantos casos de corrupción que se han dado en el país.
Todo parece indicar que el proceso se ha estancado en la posible extradición del mandatario, poniendo incertidumbre sobre la futura resolución del caso. La fiscalía y el juez a cargo parecen estar dispuestos a aplicar todo el peso de la ley a Funes, no obstante, ello dependerá del desenlace que tenga el país conflictuado en el que Funes se encuentra. Mientras tanto, seguirá disfrutando de su libertad con su última familia, dando sus argumentos de defensa a través de Twitter, la única arma que le queda.
El tiempo ha pasado desde que el exmandatario decidió no dar la cara ante la justicia salvadoreña, sus razones tendrá para hacerlo, pero cabe recalcar que “el que nada debe, nada teme”, y vale la pena recordar esas palabras que él mismo pronunció en su discurso de su cuarto año de gestión: “El pueblo también nos exigía que denunciáramos a los corruptos y eso hemos hecho también (…) ahora esperamos que se haga justicia en estos y otros casos para que la transparencia y la justicia sean en el país una total realidad”.