De Sandino a Somoza, las dos caras de Ortega

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El ambiente de violencia continúa en Nicaragua, mientras el diálogo avanza a pasos lentos y con muchos tropiezos. /Imagen de Mario Rogel

Los jóvenes han marcado un antes y un después en la historia de Nicaragua, reclamando sus derechos y peleando por ellos.

OPINIÓN

Por Mario Rogel

Hasta la noche del 23 de junio en Nicaragua se registraban al menos 212 muertos a manos del régimen de Ortega. Un gobierno cargado de muchos matices paradójicos a sus ideas iniciales. Un gobierno que fue con y para la gente, pero que se convirtió en el mayor enemigo de un pueblo que no se cansa de luchar por el bien de la mayoría oprimida.

El sandinismo que alguna vez existió en las calles de Managua, Granada, León y Masaya, entre tantos, volvió a relucir, pero esta vez, no por sus propios militantes sesgados, no por sus “dirigentes” apropiados, no por sus bandas de reacción. Augusto C. Sandino renació en el fervor de un pueblo nicaragüense que se cansó de la traición que siempre combatió. El pueblo nicaragüense se cansó de su esposa -quien ahora es más “presidente” que él-. El pueblo decidió -una vez más- poner en las calles, los muertos y la sangre.

Desde mujeres y hombres que han muerto en la lucha, hasta bebés asesinados por una bala, el aire de las tierras «nicas» sigue siendo desgarrador. Los jóvenes han marcado un antes y un después en la historia de Nicaragua, reclamando los derechos y peleando por ellos. La iglesia ha intentado frenar esta masacre y ha puesto a muchos de sus exponentes en riesgo de muerte, entre ellos, el rector de la UCA, José Alberto Idiáquez, quien ha dicho que tiene claro que si lo matan “es el Gobierno el que habrá dado la orden”.

Ortega se ha olvidado de sus raíces, se ha olvidado que alguna vez fue un joven revolucionario, se ha olvidado que los pasillos de la UCA, que ataca constantemente, son los mismos que lo cobijaron mientras estudiaba, y que le mostraron el camino del sandinismo que lo ha llevado al poder. Se ha olvidado que el pueblo lo colocó en el trono, que es ahora impenetrable por los muros que levanta con su seguridad, cuestionando y destruyendo, aún así, los tranques de la resistencia de Masaya, que siguen en pie de lucha contra el ejército del comisionado Avellan.

Sandino proclamaba en su tiempo que su mayor honra era “surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y nervio de la raza” y que “el hombre que de su patria no exige un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído sino también creído”. Sin embargo, todos estos ideales son indiferentes hoy para Ortega, siendo sordo en un país con mucha voz.

Más de dos meses de agitación han pasado y el ciclo no parece concluir. Nicaragua está de pie, con la esperanza de que la violencia y la opresión cesen en la tierra del “General de hombres libres”. Mientras tanto, los muertos los seguirán poniendo los estudiantes, los/as luchadores/as sociales, incluso los niños inocentes. La sangre será de los mismos de siempre, los que saben quienes son y qué significa la verdadera Nicaragua.

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