Editorial número 5
El límite de lo aguantable lo determinan los dominados; y esto sólo se puede saber después de haber traspasado la frontera, es decir, después del genocidio, del crimen, del irrespeto.
En El Salvador, es cada vez más frecuente escuchar entre los ciudadanos la expresión: “es que ya no se aguanta”. Esta frase es la alarma que suena anunciando que nos acercamos al umbral de nuestra resistencia.
Ya no se aguanta la pobreza. Ya no se aguanta la desigualdad. Ya no se aguanta la falta de oportunidades. Ya no se aguanta el desempleo. Ya no se aguanta la violencia de las pandillas, de los grupos criminales y de los militares. Ya no se aguanta el costo de los pasajes de bus. Las arbitrariedades de los bancos y los cobros abusivos. Ya no se aguanta la publicidad invasora que no nos deja ver la realidad. Ya no se aguanta que los ricos no paguen impuestos, sólo los pobres. Ya no se aguantan los viajes de los funcionarios públicos. Ya no se aguanta las camionetas de lujo pagadas con los impuestos arrancados a los pobres.
El sistema económico, del cual somos parte, se ha convertido en instrumento de terror, en creador de situaciones desesperadas para millones de seres humanos. En nuestro país, quizá el caso más reciente y escandaloso es el desalojo de más de setenta familias de El Espino. No importó que quedaran literalmente en la calle, sin techo que les proteja, sin agua ni energía eléctrica. Ninguna ley ni las instituciones creadas para hacerlas cumplir, fueron capaces de brindar protección a más de doscientos ciudadanos.
El poder de la exclusión es total. No importa que se destruya el único pulmón que da aire limpio y agua a la capital. Lo que importa es el dinero que se puede ganar. No importan las personas, sólo el lucro.
Los propietarios, dueños de una empresa inmobiliaria, sólo han calculado las utilidades, las ganancias. Al no pensar en los ciudadanos, ellos y los que actúan como ellos, están creando el infierno aquí en la tierra. El infierno que pone en situación de desesperación y muerte a las 76 familias y a la ciudad en general. El mal, creado por el capitalismo une lo legal y la muerte en todas sus acciones. Lo legal fue puesto por los funcionarios del Órgano Judicial; la muerte por la acción de desalojo que no pensó en ningún momento en la vida de los desalojados, en su bienestar, sino sólo en el monto de lo recuperado.
A pesar de este escenario de muerte, a los ciudadanos no nos queda más que buscar unir a los seres humanos que creen en la vida. Necesitamos reconstruir el modo en que nos relacionamos: hay que volver a liberar las utopías, volver a dar vida a las resistencias y a recrear alternativas.
No olvidemos, la victoria total de cualquier poder autoritario, lleva en sus entrañas el germen de su propia derrota. “No se puede vivir, sin que todos vivan” (José Merino).