90 años después y la herida aún duele

Sin registros oficiales, cerca de 35 mil indígenas fueron asesinados en 1932; 90 años han pasado desde entonces y las heridas del etnocidio aún siguen y forman parte de la dolorosa historia de El Salvador.

Imagen tomada de internet.

 

Por Tania Ortiz.

La enorme desigualdad y pobreza en que vivían los indígenas y campesinos salvadoreños llevó a que la noche del 22 de enero de 1932 un número indeterminado, en el occidente del país, se levantaran ante los gobiernos locales y el Estado. Armados únicamente con palos y machetes, se tomaron las calles y las alcaldías de los municipios de Izalco, Juayúa, Nahuizalco, Turín e instalaron su propio gobierno. A las pocas horas, el gobierno del dictador Maximiliano Hernández Martínez desplegó militares y comenzó el etnocidio.

Existen varios factores que llevaron al levantamiento indigena de 1932; años antes, el gobierno de Rafael Zaldivar, en 1881 emitió la Ley de extinción de tierras ejidales y comunales, con la que se despojó a la población indígena de sus tierras en la región de Occidente.

“El indigena tiene una relación directa con la madre tierra. Quitarles las tierras comunales y ejidales, su sustento, fue algo duro”, expresa Armando Gonzalez, educador y miembro de la alcaldía del Común del Pueblo de los Izalcos, durante una entrevista en el programa Quién Tiene La Palabra. Asimismo, explica que el indigena se convirtió en la mano de obra barata de la naciente oligarquía cafetalera.

Zona afectada por el levantamiento indigena de 1932. Imagen tomada de internet,

Las tierras que le quitaron a los indígenas se las regalaron a familias con influencia económica, lo que llevó a una concentración del poder y condujo al país a una mayor desigualdad tanto económica como social, siendo los indígenas el grupo más afectado.

“Los municipios con fuerte presencia indigena eran los más pobres y marginados. En los años 30 hay un momento electoral donde participa Arturo Araujo y realiza promesas de devolver las tierras que fueron expropiadas. Una promesa no cumplida”, menciona Armando.

Asimismo, la gran depresión económica de 1929 provocó la caída de los precios del café en el país, llevando más hambre y miseria a los indígenas. Pero según explica el tata Mateo Latín, alcalde de lo Común del pueblo de los izalcos, el 3 de enero de 1932 las elecciones de gobiernos locales fueron suspendidas cuando vieron que el candidato del partido comunista tenía la mayoría de votantes. Lo que llevó al gobierno a imponer un candidato; siendo esta “la gota” que los llevó al levantamiento. “Con el comunismo trataron de justificar la masacre. Al asesinarlos decían que habían frenado el comunismo”, alega Latín.

De la masacre no se tienen registros oficiales, pero según historiadores, el levantamiento duró tres días y las fuerzas gubernamentales dejaron cerca de 35 mil indígenas muertos; siendo esta una de las rebeliones más grandes y con un gran número de muertos. Una cifra significante de muertos, pues para ese tiempo la población salvadoreña era de un millón y medio.

Entre los muertos iban ancianos, jóvenes, adultos y niños. “La mujer fue la que más sufrió porque tuvo que vivir en carne propia el asesinato de su marido, de sus hijos, parientes y niños”, explica Armando. Las mujeres fueron testigos claves; sin embargo, muchas mujeres no pudieron reclamar los cuerpos ni darles sepultura. Ellas iban a dejar comida a sus familiares que estaban ocultos en el monte para no ser asesinados, narra Latín.

 

 

 

“No queremos que se repita lo de 1932”

La alcaldía de los Común de izalcos es el único gobierno ancestral que viene desde la época de la colonia. “Un gobierno que a pesar de ser sometido e invisibilizado, toda la vida ha estado en actividad. Toda la vida han intentado ocultar nuestra historia, esa herencia ancestral que hacía nuestra cultura”, menciona el tata Mateo Latín.

Mateo explica que para ellos hablar y recordar los sucesos del etnocidio es doloroso.”Yo lo considero un hecho único hasta estas alturas”, señala.

Luego del levantamiento, los indígenas tuvieron que huir, esconderse, cambiar sus vestimentas, y su dialecto para no ser asesinados. El tema de lo sucedido se hablaba únicamente en la privacidad del seno familiar. Existen varias versiones de lo ocurrido la noche del 22 de enero. “En el fondo, lo que nosotros sabemos, según lo que nos explicaban, yo a eso le doy credibilidad”, comenta el líder indígena.

A pesar de ser doloroso el recordar la matanza, Mateo explica que esta no debe de ser olvidada. “Estamos luchando para que las futuras generaciones vayan conociendo y le den vida por lo que nuestros ancestros lucharon por mucho tiempo. Ahorita estamos construyendo una cultura de paz para las futuras generaciones”, recalca.

Los registros oficiales de la matanza son nulos, pero la memoría histórica ha permitido que no sea olvidada. “Se ha invisibilizado nuestra historia. Nosotros jamás vamos a permitir que esa historia pase al olvido, porque creemos que un pueblo que se olvida de su historia está obligado a repetirla. Nosotros no hemos desaparecido.”, concluye Latín en la entrevista del programa Quién tiene la palabra.