La libertad es el sueño que la mayoría de reclusas anhelan mientras están en prisión. Una vez lo consiguen, la cárcel no las prepara para enfrentar el mundo que les espera afuera. Discriminación, señalamientos, falta de oportunidades laborales, traumas psicológicos e incluso, la pérdida de sus familias, son algunas de las problemáticas que condenan a las ex reclusas a ser víctimas de su propia libertad
Libertad, te necesito como el hambriento al pan
como la siembra a la lluvia
como la noche a la luna
¿A cuántos pasos te encuentras de aquí?
Cuán preciada eres
De mi mente brotan ideas
como un río que no puede seguir su caudal
ante la roca que trunca su camino
Poema de Patricia Aragón, privada de libertad, originaria de Guatemala.
Paredes sucias, rejas oxidadas, camarotes estrechos, colchonetas con mal olor, montones de ropa en bolsas plásticas. Este es el panorama de todos los días. No se puede ver a todos lados, porque mujeres con los brazos tatuados restringen la mirada. Un par de cejas maquilladas y ojos destacados con sombra azul se asoman entre los barrotes. Varios pares de licras muy ajustadas recorren a pasos cortos el metro y medio que tienen como piso. Cientos de ojos se observan entre sí, mientras su vida se estanca en cinco metros cuadrados de concreto, el espacio destinado a sus celdas.
Es la hora del almuerzo. Hay una mujer de cabello corto un poco cano, que está muy cerca de quien reparte la comida. De vez en cuando le murmura al oído. La repartidora asiente y contesta: “sí, mamá”. Después de esta interacción la mujer que esperaba su turno se queda sin comida.
El arroz, los frijoles y las tortillas se terminan rápido. La última en recibir su porción es una mujer de unos cuarenta años, mediana de estatura y piel color canela. Pasa frente a “mamá” sin levantar la cabeza. La comida transcurre entre silencios, risas, burlas y miradas. Entre tanto, una mujer un poco robusta y de cabello largo termina de comer, se levanta y alguien le grita: ¡esperáme, Sofía!
2004, una hoja de vida vacía
Ella no se llama Sofía, pero la llamaremos así porque su verdadero nombre puede confundirse con el de Rosa, María, Sandra o cualquier otro nombre de mujer que ha estado en esta misma situación.
A Sofía le toma tiempo acomodarse su cabello largo frente al espejo, no porque sea vanidosa, sino porque desde hace 11 años no tenía un espejo tan grande solo para ella. Ha intentado vestirse con ropa que tenía guardada, pero el tiempo y los kilos de más no han sido sus mejores aliados. Solo le quedan los recuerdos de lo mucho que le gustaba, a sus 18 años, una blusa morada con rayas blancas, que compró en el centro de San Salvador.
Este día le tocará salir con la blusa de chifón azul y el pantalón negro que le regaló su hermana. Debe vestir más formal que de costumbre. En su mano izquierda lleva un fólder donde ha introducido la copia del DUI y su título de noveno grado, tal como lo indicaban los requisitos. Su mano derecha cubre una pequeña mano, es la de su hija Yoselin, de 11 años, quien ha decidido acompañarla.
Después de abordar un pick-up, durante 20 minutos, llegan a su destino: una panadería de la cabecera departamental de San Vicente, donde ofrecen trabajo de cajera. En una mesa, adentro del establecimiento, se encuentra una mujer robusta, con un botón en su pecho donde se alcanza a visualizar la palabra “gerente”. Sofía se acerca, le comenta lo que la llevó hasta ahí, “la necesidad de trabajar”, le dice. De manera inmediata empieza la entrevista.
La gerente se muestra muy contenta con la personalidad de su futura empleada, por lo que al final de la entrevista pide los últimos documentos para cerrar el trato.
-¿Trae los documentos completos?
-Sí, ¿el DUI y el título, verdad?- responde Sofía.
-Sí, y también la solvencia de la policía.
-Esa se me ha olvidado. Voy a regresar más tarde. Gracias.
“Ya voy a cumplir cinco años de haber salido de la cárcel y no he podido encontrar trabajo, porque me piden los antecedentes penales y la solvencia de la policía. A mí la solvencia no me la pueden dar porque sigo firmando, me faltan 11 años para terminar de cumplir mi pena y, posiblemente, 11 años para conseguir un empleo formal”, comenta Sofía entre sollozos.
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El sistema penitenciario de El Salvador y de América Latina es un producto de las reformas modernizadoras del siglo XIX, que implicaban una manera más humanizada de resolver un problema que, para las clases dirigentes, era cada vez más grave, refiriéndose a los delincuentes como una amenaza para la sociedad. Según el historiador Sajid Herrera, esta solución consistía en que en lugar de ocupar formas penales que se consideraban inhumanas (como la pena de muerte, “el garrote” o la pena “a palos”), se sustituiría por un sistema que no buscaría suprimir al delincuente, sino su readaptación al sistema social.
A pesar de la implementación de esta nueva propuesta de readaptación, los altos niveles de violencia en el país han generado un hacinamiento incontrolable en las diferentes cárceles. El director de Centros Penales, Rodil Hernández, admite que esta dependencia del Estado tiene serios problemas para administrar el incremento de población privada de libertad.
“Tenemos un problema estructural desde hace más de 50 años, no tenemos centros penales que hayan sido construidos para ser eso, centros penales. Desde 1992 se ha visto un crecimiento exponencial de los privados de libertad, jamás se pensó en adecuar la estructura penitenciara con la población recluida. Lo que tenemos es un cúmulo de problemas que se han vuelto estructurales. Todo el mundo quiere que se resuelva de la noche a la mañana o en forma instantánea, cuando es un problema que se ha venido generando por décadas”, afirmó Hernández.
De acuerdo con declaraciones del director de esta institución, la solución para contrarrestar esta crisis, radica en la construcción de nuevos centros penitenciarios; debido a que, según datos proporcionados por la entidad, solo se tiene capacidad para 8 mil 440 personas, pero en la actualidad más de 30 mil personas residen en los diferentes centros penitenciarios; eso sin contar a los más de 4 mil privados de libertad que ya han sido condenados y que se encuentran en bartolinas de la Policía Nacional Civil (PNC). El traslado de estas personas no se ha ejecutado debido a que no se cuenta con la capacidad para recibirlos.
De los 30 mil privados de libertad, a nivel nacional, 3 mil 68 son mujeres. De estas, el 67.47 porciento guardan prisión en el Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango; un 11.96 por ciento en el Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Quezaltepeque; 10.04 por ciento en San Miguel; y el resto distribuidas entre el Centro Penitenciario para Mujeres “Granja de Izalco”, Centro de Cumplimiento de Penas de Sensuntepeque, Pabellón de Resguardo Psiquiátrico, Centro Abierto Santa Tecla y Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Apanteos.
Es de señalar que de enero al 11 de octubre de 2015, 155 mujeres cumplieron su condena; y del 12 de octubre a diciembre lo harán otras 23. Lo que significa que 178 mujeres estarán en libertad al finalizar el presente año; 178 mujeres que, posiblemente, estarán buscando su reinserción a la sociedad, según datos proporcionados por la Dirección de Centros Penales.
Para el director de Centros Pos-Penitenciarios, René Alonso Martínez, el bajo número de mujeres privadas de libertad incide en la poca configuración y diseño de las políticas públicas orientadas a la reinserción de las mismas, debido a que los hombres son la gran mayoría, y es a ellos a quienes se les da mayor atención.
“Estos datos también significan que las mujeres tienen desigualdad en el desarrollo de actividades, no significa que no se hagan en pro de la recuperación o de la autoestima de mujeres, sino que la mayor parte del trabajo va encaminado en atender al sector masculino. En el sentido de programas, talleres y toda la dinámica de trabajo que se hace en los centros penitenciarios, que por la misma abundancia de mano de obra de hombres, se selecciona a este sector”, asegura Martínez.
En el área educativa, el coordinador de educación del sistema penitenciario, Tarquino Hernández explicó: “en el caso de las mujeres, estamos tratando de priorizar las acciones educativas para favorecerlas, porque tenemos una deuda histórica con ellas. Buscamos que las mujeres tengan acceso a la educación, no como un privilegio, sino como un derecho”.
Asimismo, Hernández añadió que proveer de educación de calidad desde la Dirección de Centros Penales, garantiza que las mujeres puedan tener, cuando recuperen su libertad, condiciones que les faciliten la inserción social en la vida en libertad. “Pero la reinserción no solo implica tener competencias académicas y acceso a la educación de calidad, sino también oportunidades laborares diferentes a las que tenían cuando ingresaron a la cárcel”, señaló.
Una vez que la población recluida ha finalizado su condena, debe cumplir con cierto tiempo sin cometer ningún delito, para poder borrar los antecedentes penales. Mientras tanto, estos representan un obstáculo para su reinserción al campo laboral.
Los antecedentes penales son el registro que establece si las personas han permanecido en un centro penitenciario. “Lo que pasa es que cuando una persona ha cometido un delito, este delito lo va a acompañar siempre”, aseguró la inspectora de la Policía Nacional Civil (PNC), Amanda Patricia Guzmán. Además, Guzmán explicó que para obtener la solvencia depende primero del tipo de delito que se ha cometido y segundo, de que no tenga ningún antecedente vigente, es decir, que esté abierta la investigación.
De acuerdo a datos proporcionados por la PNC, en el período de enero a septiembre de 2015, 103 mil 911 mujeres tramitaron la solvencia. Este último mes (septiembre) ha sido el de mayor demanda, pues un total de 20 mil 650 mujeres hicieron el trámite respectivo para solicitar dicho documento.
Las razones para obtener la solvencia varían tanto como para acceder a un empleo, iniciar estudios e incluso para poder portar armas. En el caso de solicitudes de empleo, “hay empresas que lo hacen cada año, cada seis meses o, incluso, hay empleadores que solicitan la solvencia cada tres meses”, expresó la inspectora.
El jefe de la sección de bolsa de empleo del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, César Pineda, explicó que con el paso de los años las empresas se han vuelto cada vez más exigentes con los currículos de los solicitantes, lo que dificulta aún más que las personas que han estado privadas de libertad puedan acceder a un trabajo formal.
Además, considera que las empresas son más estrictas debido a la situación de violencia e inseguridad que vive el país. Agregó que, en su experiencia, es muy difícil colocar en un empleo a una persona con antecedente penales. “Las empresas prefieren pedir los antecedentes, si una persona no los lleva, por cualquier razón, entonces obviamente no es contratada. Las empresas no las contratan, tienen miedo. Son contadas las empresas que las aceptan”, manifestó Pineda.
Añadió que a pesar de que las empresas no piden una especificación del delito por el que la persona fue condenada, “los antecedentes penales, definitivamente, van a pesar para aquellos puestos, sobre todo, donde se tenga alguna manipulación de materiales, de dinero o especies”.
“La otra situación es que muchas de ellas quizás han tenido condenas bien largas y los reclutadores requieren que cronológicamente detalle los años de estudio y de experiencia laboral y cuando hay vacíos de muchos años e inactividad laboral, prácticamente los reclutadores se ponen quisquillosos y prefieren no dar este tipo de oportunidad de empleo”, concluyó Pineda.
Por su parte, el director de la Unidad de Defensa al Trabajador de la Procuraduría General de la República (PGR), Marco Vanegas, aseguró que no existe ninguna ley que obligue a una empresa a contratar a personas con antecedentes penales, por lo que no podría categorizarse como un caso de discriminación.
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Tu madre recuerda tus primeros pasos
como cuando nuestras milpas dan sus primeros frutos;
sus desvelos cuando te enfermabas,
tu primer día de clases;
llegan tus quince años y estás lista
como una mariposa después de su metamorfosis.
Poema de Yanira Isabel Jiménez, privada de libertad, originaria de Usulután.
Sofía tiene 34 años y es la cuarta de cinco hermanos. Tenía 16 años y cursaba el séptimo grado cuando tuvo que dejar la escuela, porque estaba embarazada. Con un cuerpo delgado y a penas desarrollado se convirtió en madre de Yoselin, su primera hija. A los 18 años se vio involucrada en un proceso penal, fue condena a 26 años de prisión por homicidio culposo, delito que se atribuye cuando una persona causa la muerte a otra por un acto de negligencia.
En medio de los llantos de su madre y hermanas partió al Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango, que sería su lugar de residencia por 11 años.
Cuando fue condenada, Yoselin pasó al cuidado de una de las hermanas de su madre, quien la crió como su propia hija, a tal punto que durante cinco años le prohibió visitar a Sofía. Sin embargo, desde su colchoneta en la cárcel, Sofía recordaba lo que había perdido, su familia y, principalmente, a su pequeña hija.
Entre las pocas pertenencias que tenía, en medio de un par de camisas, Sofía guardaba las que consideraba sus reliquias, unas cuantas hojas de papel que le daban fuerza. No tenían letras, pero cada color y cada garabato le recordaban que debía seguir luchando para algún día poder volver a ver a su hija. Esperaba con ansias cada semana para escribirle cuánto la amaba.
Dentro de la prisión, Sofía hacía grandes filas, en las que tardaba cinco, diez o hasta veinte minutos, para enviarle una carta a su hija, pero nada de eso importaba, porque el tiempo en la cárcel parece una eternidad y se disimula haciendo cartas con las que se espera estar más cerca de los suyos.
En su mano tenía un dólar y una página de papel doblada. El tiempo seguía pasando, se encontraba más cerca de entrar a la oficina de dirección del centro penal y a su vez más cerca de hacerle saber a su hija cuánto la extrañaba y cuánto la amaba. Pero a pesar que enviaba cartas cada semana, Sofía no recibía respuesta. Durante una visita de su madre a la cárcel le preguntó:
-Mirá, y a la Yocelin le llegó la carta que le mandé – preguntó Sofía a su mamá.
-No, si no ha llegado nada tuyo – respondió.
Sofía lo intentó varias veces pero su madre asegura que las cartas nunca llegaron. Es por esto que decidió arriesgarse y llevar, ella misma, de manera clandestina, las cartas a su nieta. “Era mejor mandarla con los familiares, ellos las entraban también, pero era bien difícil”, comenta Sofía.
“Cuando uno está en la cárcel lo pierde todo, todo, el único derecho que a uno le queda es el de ser madre, ese uno lo alimenta, porque aunque no veía a mi hija, yo le escribía y le hacía manualidades para mandarle”, agrega Sofía.
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Dentro de la población femenina que se encuentra recluida en los centros penales del país, existe una variedad de delitos por los cuales son condenadas. “Generalmente el tipo de delitos que llevan a las mujeres a la cárcel está relacionado con su nivel socioeconómico. Por ejemplo, aquellas con un nivel económico medio-alto, la mayor cantidad de delitos que cometen son los relacionados con las falsedades documentales y con evasión de impuestos. En cambio, las personas de escasos recursos, como algunos de sectores campesinos u obreros, el mayor problema es el hurto, donde sustraen pertenencias del lugar del trabajo”, comenta la inspectora Guzmán, de acuerdo a su experiencia en esta área.
Según datos proporcionados por la institución policial, durante 2015, 2 mil 327 mujeres fueron capturadas, mil 546 menos que en 2014. En estas detenciones destacan los delitos de lesiones (361 mujeres capturadas), amenazas (264 mujeres), agrupaciones ilícitas (228), resistencia (175), tráfico ilícito (156), extorsión (150), hurto (129), entre otros.
Guzmán señala que, en el país, ha crecido de manera particular la participación de mujeres en robo armado en las calles, y se han visto afectadas con el tema de la extorsión, no porque necesariamente estén involucradas con grupos delincuenciales, aunque existen casos, sino por el contexto en el que se desenvuelven. Por ejemplo, “una mujer vendedora del mercado se puede ver afectada, porque el pandillero la obliga a cobrar la renta a los demás vendedores, entonces a quien agarran es a quien estaba recogiendo la renta”, contó Guzmán.
La abogada encargada del Programa de Seguridad Ciudadana y Justicia Penal de la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (FESPAD), Wendy Quinteros, en su experiencia con trato a mujeres privadas de libertad, afirma que un gran porcentaje de las acusadas no necesariamente optaron por una actitud criminal, sino que, por el contrario, fueron familiares cercanos quienes las indujeron. “Muchas de las mujeres que están privadas de libertad es debido a que son novias, madres o hermanas de pandilleros, y no necesariamente cometieron el crimen. Por lo general, el vínculo familiar, afectivo o por alguna circunstancia de coacción, aunque no necesariamente sea física, las hacen cometer los ilícitos”, explica Quinteros.
Muchas de estas mujeres son condenadas a prisión por varios años, dejando a sus familias sin un sustento, debido a que la gran mayoría son madres jefas de hogar, afirmación que se ve respaldada por el informe “Una mirada a las familias salvadoreñas: sus transformaciones y desafíos desde la óptica de las políticas sociales con enfoque hacia la niñez», presentado por la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES) y la UNICEF, reflejando que el 85 por ciento de las familias, monoparentales, están lideradas por mujeres.
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Hoy el frío de la noche
encerrado entre paredones enormes,
que no me dejan contemplar
los destellos de colores y la imagen angelical
de un atardecer en el mar,
la sonrisa de un niño jugando.
Poema de Elizabeth González, privada de libertad, condenada a 30 años de prisión.
La vida detrás de los barrotes es diferente. La noción del tiempo se pierde. La vida se detiene. Todo se reduce a escuchar y obedecer. El control de la vida de estas mujeres pasa a manos del centro penitenciario. Las autoridades pretenden disimular el encierro con talleres de bordado, costura y cultivo. Sofía participaba, pero sus prioridades eran otras. Ella seguía siendo madre de una niña de cabello negro y ojos grandes.
Por amor a su hija, Sofía aprendió muy rápido el arte del bordado. Bordaba todo el día. Entre bordados de ramos de rosas y canastas de frutas lograba vender manteles y cojines para enviarle dinero a su hija. Pasaba muchas horas del día trabajando para poder reunir 50 o 75 dólare.
Desarrollar cualquier actividad económica en el centro penitenciario era un reto mucho más grande, debido a que los materiales que utilizaba tenía que comprarlos dentro de las mismas instalaciones, al doble o triple de lo que cuestan regularmente. Pero según ella, todo valía la pena.
“Cuando me llevaron a la cárcel, Yoselin tenía un año con 7 meses. La niña siempre se acordaba de mí. Cuando empezó a escribir ella me mandaba cartas. Me pedía que le mandara fotos, ella no asimilaba que yo estaba en la cárcel. Tengo una foto en la que ella me dice que me la manda para que yo no esté triste, y que cuando me pusiera triste que viera la foto y le diera un beso, que pensara como que se lo estaba dando a ella”, recuerda Sofía.
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Me visitan los recuerdos,
cuando llega la tarde, me visitan
y me arrastran suavemente a mis recuerdos de infancia.
Recuerdos que me hacen feliz
al recordar con ternura la imagen de mi padre que tuvo que partir, siendo aún pequeña.
Poema de Marlene Daboub, privada de libertad, originaria de San Salvador
Era domingo. Después de 10 años Sofía podía recorrer, nuevamente, las calles hacia San Vicente. Por fin había logrado entrar a la etapa de semi libertad. La luz del día era más intensa, porque se veía desde afuera. Todo parecía diferente, nuevas calles, nuevas construcciones, nuevos rostros. Estaba nerviosa. No dejaba de ver por la ventana mientras se tronaba los dedos. Sentía que la gente la estaba observando, y que sabían de dónde venía. Después de tanto tiempo, nadie la había preparado para este momento.
En la terminal de buses estaba su madre, su hija y su hermano. Cuando puso el primer pie fuera del autobús se echó a llorar, Yoselin corrió a abrazarla. Sofía estaba contenta de estar con su familia pero sus lágrimas, esta vez, fueron al recordar a sus compañeras que aún permanecían en el centro penal.
Todos a quienes quería ver estaban en la terminal, menos su padre, a quien no veía desde hacía siete años.
Su madre la tranquilizó diciéndole que llegaría más tarde. Su padre nunca llegó ni llegaría, porque solo unas horas antes de que Sofía regresara a San Vicente él se encontraba feliz por su regreso, hablando de ella con la emoción que caracteriza a un padre que ama a su hija y a quien está a punto de volver a ver, cuando de repente su corazón dejó de funcionar. La emoción fue demasiado fuerte para él. Sofía no llegó a tiempo, ella lo sabe y sus ojos se inundan cada vez que lo recuerda.
Ese fue el primer domingo que Sofía visitó a su familia por el corto tiempo de tres horas, porque a las seis de la tarde era la hora límite para regresar al lugar que la separaba de su hija, la cárcel.
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Una vez que las mujeres obtienen su libertad son pocas las instituciones que se preocupan por tratar este tipo de traumas. La psicóloga de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto Ético, Terapéutico y Eugenésico, María Rosa Cruz, y quien también dirige un grupo de mujeres ex reclusas, aseguró que “al salir de la cárcel ellas tienen mucho miedo, han perdido la confianza en sí mismas y en la sociedad, pues sienten que las juzgan”. Agrega, que a estas mujeres muchas veces se les dificulta poder relacionarse con la gente, pues tienen miedo de que las personas se enteren dónde han estado y de qué fueron acusadas.
Por su parte, al cuestionar al director de Centros Penales sobre la necesidad de brindar atención psicológica a las privadas de libertad, para que, una vez terminada su condena no tengan problemas en incorporarse a su grupo familiar y social, él responde:
“Se cuenta con muy poco personal de equipo técnico (psicólogos), en relación a la necesidad de tratamiento, para ello tenemos que optimizar los recursos. Se ha hecho una contratación de personal de equipos técnicos para los nuevos centros penitenciarios, pero no va a ser suficiente”, expresó.
Con esta poca atención, queda evidenciado que los traumas que se van creando durante el encierro no son tratados de manera profesional, y que, por lo tanto, las acompañará el resto de su vida.
En la actualidad existen pocas iniciativas que buscan apaciguar los traumas psicológicos de las privadas de libertad, a través del arte y la cultura. Uno de estos proyectos fue el taller de poesía que desarrolló la Secretaría de Cultura de la Presidencia, a través de la Dirección Nacional de Investigaciones en Cultura y Arte (DNI), en el año 2013. Este taller tuvo como resultado la publicación de un libro con una selección de poemas escritos por mujeres privadas de libertad. “Esta iniciativa representa un medio de expresión entre las personas privadas de libertad con la sociedad en general. A través de la poesía las participantes encontraron un espacio de desahogo para sus principales preocupaciones”, comentó el coordinador de este programa, Óscar Meléndez.
“Resulta importante trabajar con esta población, porque es momento de que la sociedad salvadoreña busque una solución alterna al tema de violencia, a través de diálogos que busquen comprender tanto a las víctimas como a los victimarios, para que se reencuentren. De esta manera, se conocerán cuáles fueron las circunstancias que llevaron a estas personas a transgredir la ley”, aseguró Meléndez.
Además, agregó que este tipo de proyectos ayuda a la reinserción desde el punto de vista de la reflexión, porque es mediante el discurso poético que pueden reflexionar y replantearse su pasado y su posible futuro fuera de la cárcel.
La poeta Miroslava Rosales, impartió este taller y fue la encargada de la selección de los principales temas de los poemas, cuyos abordajes fueron: el amor a su pareja y su madre, el encierro y su experiencia en la maternidad.
“Fue una experiencia bien fuerte, pues la mayoría de las chicas jamás había tenido una experiencia cercana a la poesía, y a pesar de que su nivel de escolaridad era muy bajo, creo que lograron sentir la emoción que puede hacer sentir la poesía. Hubo una chica que me dijo, pero yo solo conozco de la calle y de las drogas, pues entonces de eso escriba, le dije, porque yo no estaba ahí para juzgarlas, sino para ayudarles a que escribieran sobre sus realidades”, comenta Rosales. Agrega que está convencida que este tipo de proyectos ayuda a la sanación espiritual de estas mujeres, aunque asegura que la reinserción de las privadas de libertad no pinta un panorama favorable en el país.
“Es bien difícil, aunque suene pesimista, pero ellas vuelven a sus entornos que son sumamente violentos. Además, tenemos un sistema penitenciario poco eficiente, porque no hay oportunidades, y las pocas que existen limitan la participación. Al final salen de la cárcel y no tienen oportunidades, porque sus posibilidades han sido casi nulas”, comenta Rosales.
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Te extraño como la playa a las olas.
Te extraño cuando llueve y hace frío.
Te extraño por tu aroma olor a café.
Te extraño por las noches cuando abro mi ventana.
Extraño tu aliento en mi piel.
Extraño tus besos cuando duermo aún.
Amor mío, vuelve, te necesito como el árbol a la tierra.
En las noches de insomnio tu recuerdo me persigue.
Sandra Evelin Alvarado, privada de libertad, originaria de San Salvador
Hacía mucho tiempo que Sofía no estaba en una fiesta, la mayoría de personas eran de su edad, algunas bailaban y otras conversaban en las diferentes mesas. Hubo un momento en el que se arrepintió de haber llegado, no sabía qué hacer y lo peor de todo, es que no sabía de qué hablar. La única amiga que le acompañaba, la dejó en una de las sillas mientras ella salió a disfrutar de la música. De repente, un hombre de cabello lacio, moreno y alto de estatura fijó su mirada en Sofía, ella se mostraba un tanto incómoda, pero poco a poco se fue sintiendo atraída por la sonrisa agradable de aquel hombre. Entre gestos nerviosos Sofía recuerda cómo conoció a su compañero de vida:
“Él y yo nos quedamos en una misma mesa y fuimos los únicos que no quisimos bailar. Él no dejaba de verme, hasta que me habló, y ahí empezó todo…”
Aunque en el proceso de conquista los chocolates y rosas no faltaron, Sofía tenía miedo, se sentía sola, pero también deseaba evitar que le hicieran daño. Constantemente se encontraba a la defensiva.
“Lo que me conquistó de él fue que me respetó y no le importó que hubiera estado en la cárcel, era diferente a los demás”, asegura Sofía.
Juntos establecieron un pequeño negocio de distribución de pollos en un mercado de Ahuachapán, y también realizaban entregas a domicilio. Al principio todo iba bien, hasta que la extorsión de las pandillas les empezó a quitar casi por completo toda su ganancia. Tenían que entregar 200 dólares semanales. Por miedo decidieron retirarse y el negocio se disolvió, perdiendo toda posibilidad de darle un futuro mejor a su hija recién nacida, Jazmín. Después de esto, las posibilidades de empleo se iban reduciendo cada vez más, hasta que el papá de Jazmín y otros amigos decidieron irse a Estados Unidos sin la ayuda de ningún “coyote”. Han pasado nueve meses desde su partida y aún no se sabe nada de él.
Ahora Jazmín tiene dos años y medio. Le gusta ver desde su casa los carros que pasan por la calle, a los que ve con especial interés. Cuando en alguno de ellos logra identificar una figura masculina, levanta su pequeña mano derecha y la empieza a agitar emocionada diciendo: ¡salú, papá!
***
Han pasado cinco años desde su liberación, ahora Sofía tiene dos hijas. Yoselin, la mayor, tiene 17 años de edad. Entre sus ojos maquillados con una fina línea negra y sus mejías rosadas, recuerda con anhelo sus ganas de seguir estudiando, pero su situación económica no se lo permite. Si quiere estudiar, tiene que trabajar al mismo tiempo, porque su madre no logra conseguir trabajo. Hace poco empezó su primer año de la universidad, pero tuvo que retirarlo, porque debía cinco meses, si no los cancelaba no podía realizar ninguna evaluación.
Yoselin recuerda poco de su mamá, y ni siquiera está segura de cómo se enteró que estaba en prisión. “A mí nadie me dijo, o bueno, yo me fui dando cuenta, pero no sé cómo”.
Ella tenía un año y medio cuando pasó a custodia de su tía Esther, quien la crió como si fuera su propia hija. Esther y su esposo se encargaron por trece años de la niña, de proveerle todo lo necesario, por eso no es extraño que cada vez que hable de ellos lo haga refiriéndose a ellos como “mis papás”, con una sonrisa en su rostro.
Mientras partía un par de hojas de las plantas de su jardín, Yoselin recuerda: “fui a la cárcel como tres veces, pero es que a mis papás nos les gustaba que fuera, porque decían que ese no era lugar para niños y que allí no sabían cómo tratar a la gente. La última vez que fui yo tenía como 10 años, o no estoy segura, pero me acuerdo que me estaban revisando. Mi camisa tenía un cincho alrededor de la cintura, era bien bonita, me iban a quitar el cincho y el policía me lo jaló tan fuerte que me rompió la camisa y yo me puse a llorar. Cuando llegué a la casa tuve que contar y me prohibieron volver a ir”.
***
Es un día memorable.
Recuerdo tu venida al mundo.
Como a un cachorrito indefenso eres cuidado.
En tu inocencia te preguntarás qué es ese mundo que se mueve a tu alrededor.
Tu madre recuerda tus primeros pasos,
como cuando nuestras milpas dan sus primeros frutos;
sus desvelos cuando te enfermabas
tu primer día de clases;
llegan tus quince años y estás lista
como una mariposa después de su metamorfosis.
Poema de Yanira Isabel Jiménez, privada de libertad, originaria de Usulután
Fueron muchas las cartas con manchones de colores que Sofía recibió de su hija Yoselin, a pesar de eso nunca tuvieron la oportunidad de tener una comunicación cercana. Sofía asegura que mientras ella estaba en la cárcel hablaban por teléfono, que se escribían a menudo y que cada visita recibía cartas y dibujos, pero Yoselin no recuerda nada de esto. Recuerda los paseos con sus tíos, las navidades, estudiar junto a su tía, los almuerzos, los juegos con sus hermanitos, el nombre de cada uno de los peluches que su tío le traía de Estados Unidos, pero sobre su mamá recuerda muy poco. Incluso no recuerda la primera vez que la llamó mamá.
Cuando Sofía pasó a la etapa de semi libertad empezó a visitar a su familia cada domingo, por un aproximado de cuatro horas. Entonces, Yoselin dejó de ir a los paseos familiares, para esperar a su mamá, empezó a despertarse temprano para poder verla más tiempo, a terminar los deberes el sábado y a llamar a su mamá y a su papá de crianza tía-mamá y tío-papá.
“Me acuerdo que cuando mi mamá empezó a llegar todos los domingos yo estaba bien emocionada, me iba donde mi abuela, porque allá llegaba ella, lo malo era que se estaba bien poquito tiempo y eso era bien triste, porque acababa de llegar y ya se tenía que ir”, cuenta Yoselin.
A la hija de Sofía, el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia (ISNA) fue el único que le brindó ayuda psicológica. Recuerda estar en un salón, sentada frente a una mesa y a una persona que le pedía que dibujara con quién de su familia se quería quedar. “Yo los dibujaba a todos, y me decían –No, tenés que escoger solo a uno porque si no, no te vas a quedar con nadie-. Yo ni entendía de lo que me estaban hablando”, alega Yoselin.
Es quizás por esta falta de recuerdos que Yoselin decidió huir de su casa. Sofía le pedía que se fuera a vivir con ella, que vivieran juntas para poder recuperar el tiempo, pero Yoselin no quería lastimar a su tía. “Yo no me hallé en valor de decirle a mi tía-mamá que me iba a ir. Yo sabía que si le decía, no me iba a ir; así que un día solo ya no llegué a dormir. Ella no sabía dónde estaba y le llamó a mi mamá para decirle, y entonces ella le contó que yo estaba allí y que allí me iba a quedar”.
Yoselin extraña llegar a su casa y encontrar a Esther, a su hermanita y a su hermanito; abrazarlos, jugar con ellos, que Esther la despierte porque ya está listo el desayuno, contarle sus problemas, platicar con ella y ver televisión en familia. “A veces me arrepiento un poco de haberme ido, porque con mi mamá casi siempre paso sola, como ella casi nunca está en la casa y me toca a mí hacer mis cosas. En cambio, mi tía-mamá ella siempre está y platica conmigo me pregunta cómo me va… es diferente”.
Después de esa decisión, la vida de Yoselin cambió. Sofía no tiene un ingreso económico fijo y Yoselin ha tenido que empezar a trabajar para poder pagarse sus gastos. “A mi tía-mamá no le gusta que yo trabaje, pero ahora ya me da pena pedirle dinero y mi mamá no tiene, así que mejor yo sola me intento pagar todo”. Hace una semana empezó a trabajar en medio de frituras, aceite, envolturas de papel y vasos para refrescos, en una de las muchas cadenas de comida rápida en el país. Le ofrecen un salario fijo y un horario flexible, para cuando quiera regresar a estudiar. Sin embargo, el horario actual no le deja movilizarse hasta la casa donde vive con Sofía, por lo que ha optado por quedarse todas las noches en su antigua casa, con Esther, y visitar a Sofía los fines de semana.
***
Los que me señalaron y me capturaron
cuando de mi error se hacía una tragedia,
por pobreza,
por poder,
por despabilar,
por joder,
los niños esperando sin cenar,
buscando por diferentes avenidas, colonias
pasajes, barrios o cantones;
los inversionistas egoístas,
los dueños de la zona,
los que con su piel se cobijan,
los investigadores de la muerte
como juzgadores
pintando otra historia,
una nueva historia
Poema de Martha Luz Lucano, privada de libertad, salvadoreña
2013, comenzar de nuevo
Ella no se llama Roxana. Es de estatura promedio, un poco robusta y con una voz enérgica, aunque no siempre fue así. Roxana asegura que dentro de la cárcel pasó momentos muy difíciles: “durante el primer año yo no quería levantarme, no sabía qué hacer, porque unos meses antes había muerto mi hija de insuficiencia renal y luego me llevaron a la cárcel, fueron momentos bien duros”, recuerda mientras sus ojos se humedecen.
En alguno de los callejones del Centro Histórico de San Salvador, entre el tráfico, los edificios abandonados y el humo de los buses viejos, se encuentra el negocio de Roxana. Ella es dueña de uno de los varios comedores que subsisten en el centro. Es un negocio improvisado donde solo tiene una mesa y dos bancas. Antes su negocio era más grande y equipado, pero lo perdió todo cuando fue a la cárcel.
“Uno piensa que nunca va a llegar a un lugar de esos, ni se va a ver envuelto en situaciones tan difíciles. Yo soy cristiana, estando en la iglesia le servía mucho a Dios, aún le sirvo pero ya no con la magnitud de antes”, comenta Roxana. Ella fue condenada a seis años de prisión, la acusaron de complicidad en robo y agrupaciones ilícitas, convirtiéndose en una de las más de 2 mil mujeres que cumplió condena en el Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango. Su esposo fue condenado por el mismo delito. Fue la hermana de Roxana y sus sobrinos quienes los acusaron.
“Cuando me agarraron me llevaron unas fotografías en las que yo tenía que señalar a alguien, yo no quise, yo le dije al señor, disculpe pero yo no soy bocona ni soy sapo. Si uno habla con los jueces no se puede decir fulano aquí, fulano allá, si yo decía algo mataban a mi hija, la única hija que me quedaba. Es que aquí el sistema es una basura, el sistema no investiga. Usted sabe que hay gente que hace cosas, pero como tienen plata para pagar, salen libres, porque en el mismo grupo, ya sean policías, soldados, lo que sea, hay gente infiltrada”, aseguró Roxana.
Patricia, la hija de Roxana, tenía 16 años cuando sus padres fueron capturados, su hermana Rosa había fallecido un par de meses atrás, por lo que quedó completamente sola. Aconsejada por su madre, Patricia fue vendiendo poco a poco todas sus pertenencias y las del negocio. Vendió las planchas, las licuadoras, la cocina, los carritos de comida, todo.
Sentada en la única mesa de su comedor y jugueteando con un pequeño salero manchado con grasa, Roxana recuerda y no sabe cómo se recuperó de su primer año en la cárcel, asegura que ya había perdido la fe: “yo incluso llegué a renegar de Dios y reclamarle que me hubiera hecho eso a mí, si yo había recolectado tantas almas; claro, después me arrepentía y le pedía perdón”. Comenta que nunca dejó de leer la biblia y que fue así como un día Dios le mandó un mensaje. “Vi que si Dios, siendo Dios, siendo impecable estuvo preso y yo por qué no, si yo soy del mundo”, comenta.
Durante su período en la cárcel, Roxana, conoció a todas las mujeres que se encontraban dentro del Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango. A los tres años de estar en prisión ella pudo optar a la fase de confianza y la convirtieron en encargada de cocina. Entre 4:30 a 5:00 de la mañana iniciaba su jornada laboral, tenía que preparar la comida, servir y limpiar; repetía esta rutina tres veces al día, cada día de la semana. A pesar de que el trabajo no terminaba hasta, aproximadamente, las 8:00 de la noche, el cargo le daba la posibilidad de no ser molestada, pues ella incluso podía decidir a quién servir y a quién no. “Cuando está en la cocina una se tiene que hacer respetar porque si no le hacen desórdenes. Si no seguían las reglas yo dejaba de servir, decía que ya no, cerraba y se quedaban sin comer”, recuerda Roxana. Con este trabajo en la cárcel ella ganaba 30 dólares al mes.
Dentro del recinto era vista como una autoridad y muchas de las mujeres incluso la llamaban “mamá”, es por esto que, luego de salir, aún hay mujeres que la buscan, para solicitarle empleo y poder optar a la semi libertad. Roxana no puede extender las cartas ella misma, porque tiene antecedentes penales, incluso ella no figura como dueña del negocio, sino más bien como empleada de Patricia, su hija.
Los negocios siempre fueron el fuerte de Roxana, con los 30 dólares que ganaba al mes logró comprar dos sillas, las que alquilaba y cobraba un dólar por semana. Después logró vender perfumes y cosméticos, este tipo de negocio no estaba permitido, pero ella se las ingeniaba. También hacía préstamos, por los que cobraba el 150 por ciento de interés. Con estos negocios logró manejar cerca de mil dólares mensuales. Aunque lograba subsistir y ayudar económicamente a su hija, Roxana no era feliz. Su vida estaba limitada a tres paredes y un enjambre de barrotes de hierro.
Ella lloraba por las noches, y en ocasiones pagaba 25 centavos de dólar a su compañera para poder subirse a la parte de arriba del camarote y así poder recibir aire de afuera, en aquellos huecos de la tercera planta del recinto.
Fue un sábado cuando Roxana obtuvo la semi libertad. Después de seis años encerrada ya extrañaba el bullicio, los olores, las multitudes, las ventas y los gritos de los vendedores del centro de San Salvador. Según cuenta, ese mismo día buscó a un amigo y cliente suyo que tiene un puesto de atoles en el centro, al que le pidió dinero prestado. Ella no esperaba obtener más de 100 dólares. Sin embargo, él ya le tenía un sobre blanco listo y le aconsejó: “busque donde poner su negocio y échele ganas, usted siga adelante y no mire hacia atrás, ni a los lados, vea para adelante”. Para sorpresa de Roxana cuando abrió el sobre se encontró con mil dólares, mismo dinero que le serviría para volver a poner su comedor.
“Dicho y hecho, aquí estoy. Después de esos mil dólares me mandó 800 dólares más, con eso pagué la fianza de aquí, y estoy pagando lo de la mensualidad, he invertido para empezar a trabajar y ya de eso solo le debo 500 dólares”, cuenta Roxana con voz decidida y orgullosa.
Aunque a nivel económico logró reponerse, la gente que la rodeaba nunca la volvió a ver igual, y ella tampoco podía hacer lo mismo. “Yo pude haber salido y el primer día le hubiera dado una ‘tunda’ a mi hermana para que quedara muerta. Pero me pongo a pensar, si yo le voy a dar una golpiza yo vuelvo para adentro, entonces uno tiene que pensar dos, cuatro, cinco veces lo que va a hacer”, reflexiona Roxana. Cuenta que en una ocasión hubo alguien que le dijo: “¡Ay niña Roxanita cuídese, no vaya a cometer errores!”. A lo que le contestó: “Usted cállese que no sabe cómo vine ni como me fui, y ahora vengo y que se salve quien pueda”. “Pero no, eso es mentira”, dice entre risas, “así como me ven aquí, así soy de tranquila”, aclara Roxana.
Ha llegado la hora del café en el comedor, dos clientes hacen su pedido desde la puerta, una de las empleadas del lugar les entrega un vaso de durapax con la bebida y un pan en una bolsa plástica. La misma mujer le sirve un café y un pedazo de semita alta a Roxana. Ella hace una pausa, se acerca el vaso de café a la boca, lo sopla, bebe un sorbo y lo coloca nuevamente en la mesa. Mientras introduce un pedazo de semita en el café, retoma la conversación y asegura: “me da igual lo que la gente diga, porque yo sé que nunca he andado en esas cosas”.
Inmediatamente, después de los primeros dos clientes se acerca a su negocio un hombre de aproximadamente 27 años, con el cabello rapado y con tatuajes en sus brazos. Él pide agua, con mucha tranquilidad Roxana le entrega un vaso con agua. Cuando regresa a su asiento, ella comenta: “yo nunca pensé que me llevarían a la cárcel por ayudar a otras personas. El mundo lo señala a uno, pero yo siempre dije, a mí lo que me importa es lo que Dios piense de mí, entonces por ese lado no me sentía mal. Lo que me ha afectado es que hoy después me quiso dar un derrame, por eso no puedo mover bien el brazo y he tenido varios gastos médicos, pero eso no lo reconoce ni el Estado ni mi hermana, no lo reconoce nadie. Estando allá adentro lo que me hubieran dicho, si yo digo estas palabras, es ‘para qué fuiste a delinquir’, porque allá todo mundo se llama delincuente, sea verdad o sea mentira”.
En la mirada de Roxana se nota el rencor que tiene con la cárcel, con su familia, con la sociedad, pero trata de disimularla diciendo: “Dios sabe por qué hace las cosas”. Ahora su comedor ha servido para que, desde su apertura, ocho reclusas en fase de semi libertad encuentren un trabajo, porque para ella aunque estas mujeres estén tachadas con el nombre de delincuentes tienen derecho a una reivindicación en la sociedad, aunque no a todas les ha servido, porque como ella dice: “hay gente que no quiere ni para atrás ni para adelante”.
“Yo prefiero a una ex presidiaria a la par mía que a un familiar, pues yo sé el sufrimiento de esos lugares y sé que no me van a meter el puñal en la espalda sin haber un por qué. Porque mi familia me lo metió y sin darme cuenta. Yo le tengo pánico a mi familia”, explica Roxana mientras se termina el último pedazo de semita.
Para Roxana su mundo ha regresado casi a su total normalidad, aunque ahora su negocio ya no está en una zona tan céntrica, siempre debe levantarse a las 5:30 de la madrugada para ir a comprar al mercado los plátanos, los huevos, la crema y el queso para los desayunos. En ocasiones la acompaña Wendy, una de sus empleadas a la que conoció en la cárcel, quien además, se encarga de recorrer los negocios cercanos y sacar los pedidos de comida, para luego salir a entregarlos.
Posteriormente, Roxana prepara el almuerzo, para después quedarse con el trabajo del café y el pan dulce por las tardes. Solo que ahora, como ya no tiene tantos clientes, recurre a la venta de productos de belleza, como perfumes y maquillaje, que amontona en un pequeño espacio junto a la licuadora y la cocina.
Hace dos años que Roxana se encuentra en libertad, y hasta la fecha no ha tenido apoyo del Gobierno para su plena reinserción, tampoco ha podido aplicar a ningún préstamo para ampliar su negocio. En un tiempo estuvo asociada a una cooperativa llamada “Sociedad de Presidiarios”, en la que invirtió 35 dólares, que, según ella, nunca vio crecer y por eso dejó de asistir a las reuniones.
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A las fases para el cumplimiento de una pena, según el coordinador de educación del sistema penitenciario Tarquino Hernández, se les llama “sistema progresivo”. Significa que la persona al ser condenada por un juez va a pasar por un sistema de etapas, primero fase ordinaria, segundo fase de confianza, y tercero la semi libertad. “La ordinaria está completamente aislada de la sociedad en un recinto carcelario sin ninguna opción de salir a la sociedad, en la fase de confianza puede salir a trabajar o estudiar, pero tiene que llegar a dormir a la cárcel y la de semi libertad, van a un lugar que se le llama centros abiertos, y las personas salen y se reportan ciertos días a la semana a la cárcel”, contó Hernández.
Además, las mujeres que han pasado a fase de confianza pueden optar a talleres de “Formación de habilidades para el empleo” y de “Fortalecimiento de habilidades emprendedoras”, que son impartidos por el Ministerio de Trabajo y Previsión Social (MTPS). El jefe de la sección de bolsa de empleo del MTPS, César Pineda, señaló que en estos talleres se pretende que las mujeres conozcan la situación del mercado en la actualidad, “los empleos más demandados, el tema de acceso y de derechos laborales, la elaboración de hojas de vida, cómo conducirse en una entrevista de trabajo, técnicas de búsqueda de empleo, entre otras son algunos de los principales abordajes de los talleres”, señaló, Pineda.
Además, agregó que no cuentan con datos de cuántas de estas mujeres se acercan a la bolsa de empleo del MTPS una vez han cumplido su condena, pues tratan todos los casos de manera similar, para evitar que las personas se puedan sentir discriminadas. Sin embargo, asegura que los talleres de emprendedurismo son los que más interesan a este sector de la población. “El emprendedurismo es la parte que tiene mayor interés en las mujeres privadas de libertad porque ellas están conocedoras de las limitantes que van a tener cuando hayan cumplido su tiempo”, expresó el funcionario.
Como parte del taller de “Fortalecimiento de habilidades emprendedoras” las mujeres reciben orientación sobre cómo realizar planes de negocio, qué tipos de empresas pueden fundar, se les ayuda a descubrir si tiene potencial emprendedor, y se les da la información básica de los pasos a seguir una vez estén en libertad. Además, se les da direcciones y teléfonos de instituciones del Estado que pueden ayudarles.
“Hemos determinado que el emprendedurismo es lo que más les interesa, porque algunas piensan poner alguna venta, aprender algún oficio como bordar o elaborar algún tipo de producto o comida. Pueda ser que en un momento esto solo sea para subsistir, pero después esa actividad económica se podría impulsar para que genere más ingresos, para ser autosostenible para ella y su familia”, aseguró Pineda.
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Somos de carne y hueso,
que sentimos, que sufrimos,
que somos capaces de amar
y generar cosas buenas,
a pesar de haber cometido graves errores…
¿Quién no lo ha hecho?
Aunque de diversas formas.
No nos traten como escoria.
Bríndennos la oportunidad de demostrar nuestro cambio.
Yanira Isabel Jiménez, privada de libertad, originaria de Usulután.
2014, discriminación es la palabra
Ella tampoco se llama Wendy. Vive en una zona rural de Cabañas, con calles de polvo y poco tránsito. Tiene 48 años de edad, es de baja estatura, delgada y de piel trigueña.
Para Sofía, su condena más grande fue el permanecer lejos de su familia y, principalmente, de su hija, quien se convirtió en su mayor motivación, la principal razón por quien luchaba día con día dentro de la prisión.
Para Sofía, su condena más grande fue el permanecer lejos de su familia y, principalmente, de su hija, quien se convirtió en su mayor motivación, la principal razón por quien luchaba día con día dentro de la prisión.
Todo el tiempo se encuentra corriendo de un lado a otro, apresurando el paso, recogiendo pedidos, haciendo entregas, caminando “ligero” para poder terminar todo a tiempo y llegar temprano a casa. Allí la espera su hija, Andrea, a quién por doce años y cuatro meses no pudo ver más de una vez por semana. Esta también es la edad exacta de su hija.
La noche en que nació Andrea, fue la misma noche en que Wendy fue capturada por la PNC para ser trasladada a bartolinas. Wendy recuerda muy poco, sabe que tuvo deseos de ir al baño; pero en su casa, como en muchas casas de otras mujeres que viven en el campo, hay que salir al patio para poder utilizar la letrina. Wendy pidió ayuda, mientras sus piernas se llenaban de sangre porque estaba sufriendo la pérdida de su bebé, de ocho meses, la niña cayó dentro de la fosa séptica. “En esos momentos de angustia una no piensa nada, yo le hablé a los vecinos… nunca pensé que ellos serían los que después me iban a acusar”, cuenta Wendy.
Según ella, nunca pretendió hacerle daño a su hija, su familia también lo sabe, por eso la apoyaron durante todo el proceso. Sin embargo, sus vecinos no piensan lo mismo. Wendy fue arrestada el 23 de mayo de 2002 y cinco días después fue condena a 12 años y medio por intento de homicidio. “Cuando yo me encontraba en ese lugar no lo podía creer, porque pues sí, todavía cuando uno comete algo malo está bien que a uno lo acusen, pero eso fue así de repente, creo que por eso es que a veces siento que me pongo un poco mal de los nervios”, menciona Wendy, con voz pausada y entrecortada.
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En este caso Wendy tuvo suerte, debido a que su madre decidió hacerse cargo de su hija, de lo contrario el futuro de la niña hubiese sido diferente.
En situaciones en las que una madre se ve implicada en un delito y es condenada, el juez no está obligado a decidir sobre su situación familiar. El delegado a la Junta de Protección del Consejo Nacional de la Niñez y de la Adolescencia (CONNA), del departamento de La Libertad, Juan José Núñez, explica: “el juez no puede exceder a la petición de la Fiscalía de conocer si la madre es culpable del delito que se le acusa o no, entonces no va conocer la situación familiar de la señora, obviamente que no va resolver sobre la desprotección de los niños. Por tanto, quienes están obligados a denunciar la situación de desprotección del niño, porque no existe un familiar a quién delegarlo, tiene que ser la sociedad misma”.
Núñez explica que en materia jurídica el término custodia se ha dejado de utilizar y que ahora se denomina “cuidado personal” que está tipificado en el Código de Familia: “el cuidado personal es una de las fases o de las características esenciales de la autoridad parental. La autoridad parental tiene varias características, porque significa deber de corrección, deber de educar a sus hijos, de brindar alimentación y necesidades básicas, y ejercer cuidado personal. Los padres pueden delegar el cuidado personal, pero no pueden desatenderse de sus obligaciones como padres. Sus obligaciones son estar pendientes en la alimentación, tener trato y relación con sus hijos, estar al tanto de su educación y saberlos corregir», comentó Núñez.
En el caso particular de esta institución, Núñez asegura que pueden intervenir solo si existe una denuncia de desatención de cuidado personal. El proceso a seguir incluye buscar el familiar más cercano, y si no es posible, entonces, se recurre al acogimiento de una familia sustituta, y en el peor de los casos al acogimiento institucional. Para esta entidad su prioridad principal es evitar el desprendimiento total del niño, la niña o el adolescente del núcleo familiar.
De las 14 mil 361 denuncias sobre violaciones de derechos que ha atendido el CONNA, el 47.96 por ciento, es decir 6 mil 887, han sido en el tema de derecho a la integridad personal, en donde se incluye el tema de cuidado personal, estos datos fueron registrados de enero a agosto de 2015.
Cuando la madre queda en libertad y desea recuperar el cuidado personal de su hijo o hija, la entidad le realiza estudios socioeconómicos, pero sobre todo psicológicos para asegurarse que el menor estará protegido.
La representante de la Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental (ACISAM), Elena Freedman, asegura que el tratamiento psicológico es imprescindible para las mujeres privadas de libertad, al igual que los talleres de fortalecimiento familiar. Freedman, es la coordinadora del proyecto de “Apoyo a la rehabilitación y reinserción sociolaboral de mujeres privadas de libertad” que realiza ACISAM con apoyo de la Unión Europea. El programa se realiza dentro del Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango y el Centro Penitenciario para Mujeres “Granja de Izalco”.
La iniciativa se compone de varios talleres y actividades, pero su eje central es la salud mental de las reclusas y sus familiares.
Además, también se imparten talleres de reflexión vivencial, que se enfocan en rescatar las historias de vida de estas mujeres y ayudarles a trabajar su proyecto de vida. Posteriormente, se les dan talleres de preparación laboral y apoyo a iniciativas económicas, donde participan mujeres en fase de confianza o en semi libertad. “En Izalco hubo un grupo de mujeres que quisieron especializarse en el rubro de costura y colchonetas, se montó un taller de producción industrial de colchonetas, y a esta iniciativa se le va dando seguimiento”, compartió la coordinadora del proyecto, quien señala que existe la necesidad de implementar más iniciativas enfocadas a mujeres privadas de libertad, pues los programas de reinserción y rehabilitación actuales no cubren las situaciones específicas de este sector y sus necesidades.
Como parte de los esfuerzos por apoyar la reinserción de mujeres a la sociedad, la Dirección de Centros penales ha creado el centro Pos-Penitenciario, que tiene como función la intermediación laboral entre privadas de libertad y empresas del país. La idea es que las personas que vayan terminando su condena, puedan estar apoyadas por el mismo sistema penitenciario.
De acuerdo con el director de la división Pos-Penitenciario, René Alonso Martínez, dentro de las iniciativas se encuentran: programas educativos como el ejecutado en el pasado mes de septiembre por la Universidad Francisco Gavidia (UFG), donde 26 internas en fase de confianza fueron graduadas en un técnico en informática de dos años; visión emprendedora, donde se desarrolla una preparación para el egreso, como resolución de conflictos, preparación para la vida, liderazgo, entre otros; intermediación laboral, que les permite a las mujeres contar con los servicios de intermediación con las empresas para conseguir un empleo. Durante el presente año se ha beneficiado con el programa a 50 mujeres; y la iniciativa de remoción de tatuajes, realizado con el objetivo de eliminar el estigma que se tiene en contra de estas mujeres.
Además destacó que “una persona puede estar cien por ciento rehabilitada y reinsertada al interior de los centros penales, desarrollar bien sus programas, participar en las actividades, tener buena conducta, un proceso psicosocial excelente, pero si nosotros no tenemos articulado un conjunto de instancias que hagan posible que este buen pronóstico continúe siendo positivo, una vez salen en libertad, ahí va a ver un seguro fracaso”.
Por su parte, el coordinador de educación del sistema penitenciario, Tarquino Hernández, destacó que en el país no existe un tratamiento pos-penitenciario, “porque una cosa es la rehabilitación social en la cárcel y el tiempo que cumple la condena dentro del recinto, y otra es la reinserción social de la persona ex privada de libertad”, señaló.
En este contexto, Hernández ejemplificó casos de otros países que han avanzado en el tema de derechos humanos y en el de sistemas penitenciarios, con redes que permiten atender a las personas privadas de libertad en el proceso de reinsertarse a la sociedad, como el caso de República Dominicana que cuenta con uno de los sistemas con el menor nivel de reincidencia a nivel latinoamericano y a nivel mundial, declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como “sistema penitenciario modelo”. “República Dominicana tiene un patronato de empresarios y de religiosos que tienen sedes en cada departamento, que una vez la persona recupera su libertad, tiene una atención pos penitenciaria, psicológica, laboral, académica y pastoral, esto le permite reinsertarse socialmente de manera efectiva”.
Sin embargo, expresó Hernández, que aunque en nuestro país haya esfuerzos en el proceso de rehabilitación, el sistema continúa teniendo muchas deficiencias. “Las universidades, las empresas privadas y la sociedad civil todavía no están organizadas para esto, no existe. Lo que en penitenciaria llamamos “psiquis vengativa” es lo que acá se aplica; quiere decir que una persona comete un delito, es procesada y condenada, recupera su libertad, pero en un país como el nuestro, tan pequeño, pero igualmente tan conservador, tan religioso, seguimos teniendo una psiquis vengativa. No solo condenamos conforme al derecho y conforme a la ley penal, sino que también aun recuperando la libertad somos tan vengativos que no tenemos nada para ellos. Es decir, que aunque haya cumplido la condena, seguimos considerándole culpable y no se genera espacios ni oportunidades”, señaló.
Por su parte, Martínez agrega que la falta de recursos del Estado es una de las limitantes del proceso de reinserción, pero no la única.
“No es solo la falta de recursos, tampoco culpemos solo a este aspecto, sino que también tiene que ver la voluntad y la disposición, porque si la empresa privada, que es grande en este país, tiene los recursos y tiene las fuentes para aportar y de alguna manera resolver un problema; quiere decir que también hay falta de interés, de disposición y de deseo. El tema es una relación dialéctica entre la estructura y los sujetos, la estructura porque debe permitir la integración y también los sujetos, porque debe de existir la disposición y responsabilidad de su parte. Nosotros podemos crearles toda una plataforma de reinserción a la sociedad, pero si ellas no la capitalizan adecuadamente, ahí es donde está el desequilibrio”, argumentó.
De acuerdo a datos proporcionados por la Dirección General de Centros Penales, de 2014 a octubre de 2015, se cuenta con un 9.75 por ciento de reincidencia al sistema penitenciario, es decir, mujeres que una vez obtienen su libertad, vuelven a prisión por diversos delitos.
Por otra parte, como una forma de disminuir las barreras pos cárcel, es que se realizó en el año 2013 el primer programa piloto de educación superior para contexto de encierro, en coordinación con los centros penales, el Ministerio de Educación y la Universidad Francisco Gavidia (UFG). “Esa ha sido una experiencia muy positiva, pero aún hay muchas cosas que ajustar, como el ritmo de la empresa privada. Llevar la universidad a la cárcel es lo ideal, pero la cárcel sigue siendo cárcel, tiene sus protocolos de seguridad, procesos administrativos y esto complica el proceso”, explicó Hernández.
En esta iniciativa, 30 becas fueron otorgadas. Los desafíos iniciaron desde la selección de mujeres que cumplieran con un perfil criminológico, académico, social, cultural y un requisito de tiempo en la cárcel, que garantizara que las becas serían aprovechadas y no desperdiciadas, además de todas las dificultades de trasladar catedráticos hasta los recintos penitenciarios y la falta de una especialización docente en el país para un contexto de encierro. Hernández nombra como un hecho histórico en El Salvador, tener a 26 mujeres que salieron con el título universitario de la cárcel.
“De las mil 800 mujeres, en 2013, 300 tenían más o menos este perfil. De las 300, se hizo un perfil tan riguroso que al final solo lo cumplieron 60 mujeres, y de esas solo dejamos 30, porque eran las becas que teníamos de la UFG”, contó Hernández.
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Wendy entró al sistema penitenciario con 34 años y un nivel de escolaridad bajo. Dentro del penal decidió cursar el sexto, séptimo y octavo grado. “Antes de entrar a ese lugar me había quedado con quinto grado y en la cárcel seguí estudiando. Para mí era bien difícil y me matriculé en grados bajos, entonces solo saqué hasta octavo”, comenta sentada en una de las pocas sillas de su casa.
En el Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango hizo cursos de piñatería, panadería, talleres de resolución de problemas, habilidades sociales y pensamiento creativo, “en todo eso me daban diplomas, y todo lo tomaban en cuenta ellos para poderme pasar a fase de confianza”, comenta Wendy.
Sin embargo, ningún taller la preparó para regresar a su casa y enfrentarse diariamente con las personas que la acusaron, ni para encontrar la manera de decirle a su hija las razones por las que estuvo en la cárcel. Wendy asegura que necesita ayuda psicológica para ella y para que la orienten en cómo decirle la verdad a su hija.
“Ella sabe que yo estuve en la cárcel, pero nadie le ha dicho el por qué, aunque ella escucha que cuando paso los vecinos me gritan: ‘¡ahí va la asesina! ’, ella me agarra de la mano y me dice ‘vos dejá que nos vean’. Yo quisiera decirle, quisiera ser sincera pero no sé si eso la puede dañar a ella y entonces mejor no, porque a veces me pregunta dónde nació y eso me pone mal”, comenta Wendy, con la mirada perdida en la pared.
Wendy se pone de pie y recorre su humilde casa de campo hasta llegar a la cocina, mientras conversa remueve la sopa de frijoles que está a punto de hervir, pronto el almuerzo estará listo y es hora de preparar las tortillas.
En medio del agitado sonido de sus palmas recuerda que la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) le había ofrecido a una psicóloga, que iba a preparar a su hija para su salida de la cárcel, pero salió dos meses antes y ya no se pudo llevar a cabo. “Me dijeron que ya no podían hacer nada, porque yo ya estaba fuera de las leyes y que no me podían ayudar”, asegura Wendy. Sin embargo, no se lamenta que su hija no haya ido a las sesiones, pues ella misma estuvo en tratamiento por seis meses y considera que se puso peor. “En vez de ayudarme sentía que me hacía las cosas más difíciles la señora, porque ella sabía por qué yo había estado presa, y se tomaba las cosas por otro lado, como queriéndome juzgar. Yo estuve con ella seis meses, porque como eso lo había pedido el juez, era por ley que tenía que estar allí. Iba cada fin de mes, entraba a las tres y salía a las cuatro”. Mientras habla, se queda de nuevo pensando y se ríe un poco. “La primera vez a saber cómo llegué o con qué cara llegué, porque me decía ella (la psicóloga) ‘No, usted tiene cambiar. Tiene que cambiar su rostro’. Yo me miraba a saber cómo”, expresa sin poder contener su risa.
Entonces, un día me dijo la señora donde yo trabajo: – te voy a peinar ahora. Me planchó el pelo, me lo pintó y me echó unas cosas en la cara, y ya yo me fui donde la psicóloga y ya ese día me dice: -Vaya, ya veo que está cambiando”, cuenta con una carcajada.
Las tortillas están listas, las ha colocado en un canasto con una manta bordada, despiden un olor fuerte a maíz. Los frijoles ya están cocidos. Solo falta el principal ingrediente del almuerzo, la compañía de su hija Andrea, para llamarla da un pequeño grito que es contestado por un “ya voy mamá”.
Por su parte, la jefa del Departamento Penitenciario de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, Rosa Elena Ramos, aseguró que el dar atención psicológica a privadas de libertad no es parte de las competencias de la PDDH. “Se le da atención a las internas pero no a todas. Hacemos evaluaciones generales pero no podemos atenderlas a todas”, indicó la funcionaria. Además, agregó que el Departamento Penitenciario no cuenta con el personal suficiente para atender la mayoría de las denuncias, pues entre 2001 a 2007 fue reducido a siete personas.
Al cuestionar al coordinador de la Unidad de Educación de la PDDH, Orsy Quintanilla, sobre la existencia de talleres o programas para mujeres privadas de libertad el funcionario aseguró que desde 2001 no se ha realizado ningún tipo de proyectos con este sector de la población. “Nuestro trabajo como Procuraduría no es el de dar herramientas para el trabajo fuera, eso le toca a otras instancias del Estado”, señaló.
“Sin embargo, en el año 2012 tuvimos capacitaciones a docentes que están en las escuelas que funcionan en los centros penitenciarios para que tuvieran herramientas para darles a conocer los derechos humanos en general. De igual manera, por solicitud de la escuela penitenciaria, se han impartido cursos para el personal de Centro Penales, para fortalecer sus capacidades cognitivas y que estas se reflejen en actitudes de respeto a los derechos humanos”, concluyó Quintanilla.
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Como parte de los esfuerzos en el área de educación, la gerente de Educación Permanente de Jóvenes y Adultos del Ministerio de Educación (MINED), Evelyn Hernández, comentó que en el Plan de Educación se contempla el fortalecimiento de las modalidades flexibles. Se aplica una política de educación permanente para jóvenes y adultos; y como unas de sus prioridades está la atención de tres poblaciones: la población con discapacidad, la población de contexto de encierro y la población de pueblos originarios.
“En ese sentido, nosotros venimos atendiendo desde 2008, a esta población, por medio de un convenio que está establecido entre el MINED y centros penales. De los 18 centros penales que hay en su totalidad, estamos trabajando en 11 de ellos con modalidad flexible, atendiendo las personas que quieren continuar su tercer ciclo y su bachillerato”, expresó Hernández.
Según ella, solo en Ilopango la inversión financiera de cada centro educativo, en 2014, fue de 69 mil 684 dólares. Dentro del Plan Educativo se establece que el primer nivel equivale a un primero y segundo grado, que es la alfabetización, donde la persona aprende a leer y escribir, recibe fortalecimiento de la lectura y también cálculo básico. Después pasa a un segundo nivel, que tiene equivalente al certificado de cuarto grado; y el tercer nivel, equivalente al quinto y sexto. “De manera que una persona que entró a régimen penitenciario y nunca fue a la escuela y que no puede ni leer y ni escribir, puede iniciar desde la alfabetización con estos tres niveles, y luego están las modalidades flexibles que es el tercer ciclo y bachillerato, de manera que ellos pueden cursar todo el sistema adentro del centro penal”, comentó la gerente de Educación del MINED.
De acuerdo a la Coordinación Nacional de Educación del Sistema Penitenciario, los indicadores estadísticos del año 2014, reflejan que de 899 mujeres matriculadas en el proceso educativo en el Centro de Readaptación de Ilopango, por ejemplo, 393 mujeres fueron promovidas, que equivale a la certificación del grado. Seguidas de 117 del centro penal de Apanteos, con un total de 63 promovidas; de San Miguel, de 169 mujeres matriculadas, 73 obtuvieron su certificado; en el penal de Sensuntepeque de 51, fueron 21; y en el de Quezaltelpeque de 92 mujeres, 58 fueron promovidas.
Sin embargo, aún el índice de deserción es tan alto que llega a un 41 por ciento, otro indicador es el fracaso escolar con un 7 por ciento. “El índice de deserción obedece a mucho factores: algunas mujeres salen libres, otras que están en su proceso educativo, salen condenadas, y quiérase o no el salir condenadas, para ellas, es como un estímulo negativo, y dicen –por qué voy a seguir estudiando si aquí voy a pasar y ya voy a salir vieja–”, entonces desertan del sistema educativo, aclaró Evelyn Hernández.
Asimismo, el director del Centro Escolar Ana Eleonora Roosevelt transcrito al Centro de Readaptación para Mujeres de Ilopango, Alberto Carrillo, comenta “lo grave es la motivación, ellas caen en depresión constantemente. La mayor dificultad para dar continuidad a los estudios es la depresión. A veces tal vez le avisan que le mataron el hijo, que se murió su papá o mamá, que el esposo la dejó (…) Nosotros en este aspecto tratamos de no ser tan rígidos, hay que tomar en cuenta esta parte y dar el seguimiento necesario”.
Según Carrillo, en base a la premisa de que la “educación es un derecho”, la ley penitenciaria establece que los programas de rehabilitación sean voluntarios. Sin embargo, actualmente, entre un promedio de 2 mil 200 internas en Ilopango, las activas en el proceso educativo ronda las 700.
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¿El sistema penitenciario es eficiente? ¿Prepara de manera efectiva para una reinserción?, se pregunta a Rodil Hernández.
Yoselin, hija de Sofía, se arrepiente de haber tomado la decisión de ir a vivir con su mamá, luego de que esta saliera de prisión. Su situación economía cambió y la relación con su madre es complicada. Ahora extraña a su tía Esther, con quien vivió mientras su madre estaba en la cárcel. Foto por: Nathalie Morán.
Yoselin, hija de Sofía, se arrepiente de haber tomado la decisión de ir a vivir con su mamá, luego de que esta saliera de prisión. Su situación economía cambió y la relación con su madre es complicada. Ahora extraña a su tía Esther, con quien vivió mientras su madre estaba en la cárcel. Foto por: Nathalie Morán.
“El sistema penitenciario es efectivo, porque estamos haciendo lo que la ley nos dice y estamos sacando a hombres y mujeres mejores de como entraron. ¿Somos 100 por ciento efectivos? No, nadie lo es, en ningún ámbito. Lo que tratamos es de mantener un nivel de efectividad lo más alto posible. Todo esto depende de un factor que no controlamos, que es la voluntad humana, el ser interno de los 29 mil privados de libertad que hay en el sistema, lo que nosotros le proporcionamos son las opciones para cambiar, pero la decisión no es nuestra, es de cada uno de ellos”, asegura Hernández, quien en sus palabras manifiesta satisfacción por el trabajo realizado hasta la fecha.
En 2015 la Dirección General de Centros Penales cuenta con un presupuesto de 44.8 millones de dólares, 4 millones de dólares más que los ejecutados para el 2014, 24.1 millones de dólares más que el Ministerio de Medio Ambiente y 29.5 millones de dólares más que el Ministerio de Trabajo.
Por su parte, Sajid Herrera asegura: “No podemos creer que en países como el nuestro el sistema penitenciario convierte, porque buscarle solución al sistema penitenciario es buscarle remedio a algo que ya ha rebalsado”. Además agrega que según los estudios del filósofo Michael Foucault, el sistema penitenciario nace muerto, no funciona, debido a que ha sido construido bajo una lógica capitalista, en la que su único fin habría sido la creación de individuos económicamente productivos para la sociedad, a través de la instrucción en talleres vocacionales.
“El sistema penal lo que busca es reconvertir a esos ‘malos’ agentes de la sociedad, pero al final lo que hay es una productividad negativa, en el sentido que las cárceles no generan productores para el bienestar social, sino que al contrario son nuevos delincuentes más especializados”, explicó Herrera, por lo que además justifica que solo a través de la prevención y la eliminación de las barreras de la ignorancia y de la falta de educación se logrará, aunque no eliminar, pero sí disminuir el problema de la reinserción de personas ex privadas de libertad.
El historiador identifica no sólo deficiencias en las instituciones del Estado, sino también en la sociedad misma, pues los individuos se reintegran a la misma sociedad que los ha expulsado, por lo que afirma: “es un círculo vicioso, cometen un delito por una cantidad de razones, la sociedad los expulsa, los ha excluido, y luego regresan a un entorno que no genera trabajo y que se mueve por prejuicios”.
Para Sajid Herrea la solución al problema de la readaptación de personas que han transgredido la ley radica en lo siguiente: “si buscamos un sistema penal más humano, yo diría que no habría que hacerlo bajo la lógica liberal moderna (no buscar la generación de individuos productivos), es necesario buscar una transformación integral de los privados de libertad, sujetos que puedan transformarse en términos culturales, artísticos, económicos, en términos morales y familiares, pero a la vez debe haber una transformación de las sociedades, porque de nada sirve que transformemos estos individuos cuando la sociedad los rechaza, continuando con los mismos mecanismos de exclusión. Si no se cambia de mentalidad el círculo vicioso va a continuar y mientras no se piense que gran cantidad de la violencia que se produce viene de hechos históricos, de desequilibrios sociales, esto no va a funcionar y el resultado es lo que tenemos ahora, que se convierten en catedrales de la represión, de hacinamiento, del miedo, donde quienes están ahí son individuos que han cometido faltas a la sociedad y que cuando salgan de ahí lo van a seguir haciendo.
Los programas de reinserción para mujeres no han sido funcionales para Sofía, Roxana y Wendy. Las historias de estas mujeres las une el vínculo de un pasado ligado a su estancia en la cárcel, pero además el hecho de integrarse en una sociedad que las rechaza, discrimina y les niega cualquier tipo de oportunidades. En un entorno en el que su estadía en este lugar no solo les dejó una dura experiencia, sino también una serie de aprendizajes que no necesariamente ayuden a mejorar sus vidas. Se hicieron fuertes, decididas, vengativas. Ahora sus vidas han cambiado, están condicionadas a las pocas oportunidades que el sistema les brinda y el entusiasmo y disposición que cada una tenga, de lo contrario, se ven atrapadas en un camino sin salida, en la que a pesar de haber salido del encierro, la sociedad, las circunstancias y sus actitudes las excluyen y encierran en una burbuja que no las deja, que les limita, que les coarta vivir en libertad.
Nota aclaratoria: los nombres de las ex reclusas y las ubicaciones son ficticias con el fin de proteger sus identidades.