Bailen como si bailaran para un rey

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Si no hay baile la gente se olvida de la tradición y poco a poco se olvidaría el sentido de las fiestas. Foto por: René Magaña.

Pelean a muerte dos hombres enmascarados con machetes en sus manos. Brincan y saltan al son de un tambor y el sonido de los fierros que chocan es opacado por un par de explosiones que suenan a lo lejos en el cielo. Cuatro diablos los persiguen esperando a ver una muerte… Estas son las fiestas de Jicalapa.

Por René Magaña

Jicalapa es un pueblito pequeño en el departamento de La Libertad. Se encuentra a más de una hora y media de distancia desde la capital y a unos 20 o 30 minutos de distancia de la gasolinera más cercana, del hospital más cercano, del mirador, del cibercafé, del hotel, de casi todo. Limita al norte con el pueblo vecino de Teotepeque, donde se encuentran hoy los bailarines, porque son pueblos tan pequeños que comparten hasta las celebraciones de sus fiestas.

Este es un pueblo atrapado entre barrancos y montañas, hundido en la neblina, con calles estrechas de tierra y piedras y en los postes de luz están pintadas las caras de los cuatro diablos. Huele a bálsamo y hoy la neblina, que se mezcla con ligeras gotas de lluvia, es densa y oscurece aún más el panorama que en un día normal fuera lleno de varios tonos de verdes. Los puestos de comida desérticos con focos grandes de feria alumbran la calle principal.

Están los bailarines en una casa de paredes hechas de troncos de madera y adobe y un techo de láminas y tejas; los ilumina una única bombilla de luz, grande y amarillenta que cuelga de uno de los troncos que sostienen el techo y que se tambalea de un lado a otro. No importa, ellos están escuchando el discurso del mayordomo de La Historia, Pedro Valencia, de 64 años y no pueden prestar atención a nada más. Al terminar el discurso se ponen las máscaras con la misma dedicación y pasión con la que un soldado toma su arma antes de la guerra.

Pedro, que no está nervioso ni ansioso sale de la habitación y se sienta en una mesa donde están merendando algunos invitados. Saluda y sonríe a todo mundo. Por las calles, pasa poca gente, los niños corren y saltan. Aquel eco mudo que rodeaba todas las cosas, todos los árboles, todas las casas, fue de repente roto por fuertes trotes que golpean el suelo y salen en fila los bailarines de la misma habitación de donde salió Pedro y a medida que los enmascarados toman posesión de la calle con movimientos extravagantes y teatrales, apartan a la gente de lo que ahora es el escenario de La Historia.

Se colocan los cristianos frente a los moros y comienza la batalla. Hoy el eco ya no es mudo, es estruendoso y melódico y rodea cada parte del pueblo y llama a todo mundo y grita a las montañas y volcanes que los rodean y opaca cada ruido y saca a todos de sus casas y toma protagonismo en aquel lugar.

Jicalapa celebra sus festividades en diferentes días del mes de octubre en honor a la Virgen de Santa Úrsula que, según cuenta Pedro Valencia y el jefe de la cofradía, Antonio Raymundo, fue encontrada en la playa de La Perla hace muchos años atrás. Cuentan que al hallarla, quisieron llevarla al pueblo y construirle una iglesia, pero a la mañana siguiente de traerla, volvía a aparecer donde la encontraron. Según cuentan, esta es una virgen milagrosa y en la iglesia del pueblo, bajo una imagen de la virgen de Guadalupe, hay varias placas de agradecimiento por milagros recibidos. Algunas muy recientes, de hace un par de años; y otras con fechas desde 1890.

-Era tanta la devoción que tenía la milicia que cargaba a la virgen desde La Perla hasta acá…- contó Pedro -…que dicen que cuando la traían, venían bailando y tocando la historia de David y Goliat en honor a ella. Es por eso que esa historia es tan importante en estas fiestas, porque es para nuestra patrona, para recordar cuando la traían al pueblo.-

“La Historia”, como es famosamente conocido este baile en el pueblo, narra el pasaje bíblico en que David vence a Goliat, el comandante de los moros. A éstos los representan cuatro hombres vestidos de rojos y con máscaras con ojos grandes y cejas y bigotes poblados, mitad roja y mitad azul; y pelean contra los cristianos que usan una máscara similar, con los mismos colores pero en tonalidad más claras y cuya vestimenta es dorada. Los persiguen los diablos, que son los comandantes de la guerra.

David es representado por un niño de 10 años y lo difícil es encontrar quien quiere ser David porque sus relaciones (diálogos) son muy largos y hay que ser muy inteligente para aprendérselos. – Ese mono nos salió buzo-, afirmó don Pedro.

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El cielo, de por sí ya nublado, se oscurece más cuando la batalla lleva poco más de una hora y aún no hay un vencedor. Ocasionalmente el baile y la melodía del tambor se detienen para anunciar que una relación se avecina. Una relación son los diálogos entre dos o más personajes, así les llaman a estos guiones donde cada palabra es extremadamente importante. Un personaje se coloca a un extremo del escenario y otro al otro y se gritan sus respectivas líneas, que aquí, difícilmente se escuchan porque sus máscaras distorsionan el sonido.

Pedro no está viendo, no está nervioso, no siente miedo, él solamente está y parece que su oído es quien le alerta de cualquier equivocación. Habla con todos en la casa y aunque parece que no presta atención, está más pendiente que cualquiera del público. No porque busque equivocaciones, no porque espera a algo, no porque vaya a interrumpir, sino porque él es el responsable de que La Historia se mantenga y sobreviva.

El mayordomo de la Historia en Jicalapa es Pedro Valencia, de 64 años. Foto por: René Magaña.
El mayordomo de la Historia en Jicalapa es Pedro Valencia, de 64 años. Foto por: René Magaña.

A él todos lo conocen en el pueblo, todos saben dónde vive, todos saben quién es. Es un hombre de 64 años, con un bigote frondoso y canoso, como su cabello donde se esconden aún muchas líneas negras. Sus ojos son claros y fijos, aunque serios y poco expresivos en la mayoría de ocasiones. De complexión un tanto rellena, se podría decir que “el promedio”. Sus manos gruesas y llenas de cayos sostienen un pan dulce que sumerge en el café que se toma tan lentamente, como quien contempla un paisaje.

“Tienen que bailar bien, como si un rey los viera. Todas las presentaciones son importantes”, les dice Pedro todos los días, a quien lo ven con respeto y admiración, como un alumno ve a su maestro. No es de menos, porque él sabe de memoria cada una de las relaciones, cada dialogo, cada palabra, sabe el momento exacto de hacer cada cosa, cada brinco, cada escena. Brillan sus ojos y su voz se entona cuando relata la historia citando los discursos de cada personaje. Parece que relatara su propia historia.

El ahora mayordomo de la historia participó por primera vez en el baile cuando tenía 10 años, tocando el tambor. Le interesó tanto que continuó con el silbato, para luego pasar a ser uno de los diablos, luego un historiador, luego David, luego Goliat… y así, hasta que estuvo en todos los papeles. Hoy no sabe por qué, pero desde entonces anotaba siempre todo lo que se tenía que hacer y decir en un cuaderno que aún guarda, pero que no usa porque lo tiene más claro en su memoria. “por ahí ha de andar esa babosada” dice.

Él no es el primer mayordomo de la historia. Hoy, más de 50 años después, aún conserva sus anotaciones y recuerda a quien había sido su mentor desde pequeño, José Crisol, ahora fallecido y quien heredó a su hijo, Félix Crisol, el deber de ser el siguiente mayordomo. -¿Y ahora que te dijo ese hijueputa? Nombre si ese no sabe nada- le decía José a Pedro Valencia cuando aún era un muchacho refiriéndose a su hijo, porque él nunca bailó, nunca tocó ni el tambor ni el silbato, nunca se aprendió las relaciones y de hecho, aceptó el cargo más por deber moral que por gusto propio.

José Crisol le había enseñado a su hijo Félix todo lo que tenía que saber. Le enseñó a hacer máscaras, a ensayar a los bailarines, también conocidos como “historiadores”, a contar la historia, le enseñó de todo. Al fallecer su padre, Félix se encargó de tomar su cargo y no dejar que se perdiera la tradición. Se encargaba de hacer las máscaras y los ensayos y le quedaban tan bien que todos pensaban que él era el único que podía hacerlo. Quiso vender las máscaras a la iglesia por 700 dólares, y ésta se negó a la oferta. Luego que intentará vender el libro que su padre le había dado con la historia, el guion del baile, a la iglesia y fallar nuevamente, Félix quemó ese libro junto con varias máscaras.

Al tiempo, murió y cuando Félix murió, ya no existía la historia, se había quemado. Las últimas máscaras fueron donadas por su familia a la cofradía de la iglesia que hoy las guarda junto con los trajes que usan. Parecía que la tradición se había acabado y que nadie vería el baile de “La Historia” de nuevo. Pero Pedro Valencia, que tenía sus apuntes desde muy joven, les dijo a los jefes de la cofradía que él conocía todo el baile y podía dedicarse a ensayar a los bailarines. Así, la tradición que había sido heredada en la familia Crisol, ahora estaba bajo el cargo de Pedro Valencia, que con el tiempo, aprendió a hacer máscaras también porque no creía que solo una persona pudiera hacerlas.

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Han pasado más de dos horas y se nota por los cuerpos cansados de los bailarines que aún sostienen los machetes con la misma firmeza que hace 120 minutos. Aunque sus caras sudan y sus piernas tiemblan, no de nervios sino de cansancio.

Ni a Pedro ni a los bailarines nadie les paga nada a pesar que el baile sale casi siempre a la perfección y solo los bailarines saben qué se necesita para poder dar ese gran espectáculo. -disciplina sobretodo–Cuenta Marvin Pérez, un joven de 21 años que hace de diablo en el baile y este es su quinto año participando, -Si don Pedro nos ve descansando o si nos equivocamos en las relaciones, nos regaña.- Y su compañero, Douglas Alvarenga, que es otro diablo al que llama “El Cachudo” agrega -Nadie está obligado a estar aquí, pero desde pequeño se siente como esas ganas de salir bailando y eso es lo que te mantiene en el grupo a pesar de lo trabajoso que es.-

Los ensayos comienzan desde el 20 de septiembre, cada año y se extienden hasta que se presenta el baile por primera vez el 12 de octubre. Se reúnen a las 6:00pm todos los días, puntuales y lo que parece ser un ensayo para un baile de quince años, se torna en todo una ceremonia, pues la mayoría son muchachos jóvenes que brincan y chocan los machetes a las instrucciones de Pedro.

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¡Los moros fueron derrotados! David celebra con su ahora esposa, la hija del rey, con los guerreros cristianos y con la cabeza del gigante que simboliza el triunfo de la fuerza de Dios. Regresan a la casa de donde salieron nuevamente trotando y manteniendo la esencia de sus personajes, para después poder disfrutar la cena que les han preparado.

Antonio Raymundo cuenta que la cofradía de la iglesia es la que se encarga de administrar los recursos para las fiestas y de la organización en sí. Todos los recursos los brindan los mismos pobladores a través de las invitaciones que la iglesia les hace. Nadie está obligado, todos pueden ir a las fiestas sin haber donado, pero esto se ha vuelto más una tradición que un deber. Y esa es la razón por la que La Historia es tan importante.

Algunos donan cuetes, otros donan cuchumbos que se adornan para diferentes cosas, otros donan machetes viejos, y así. Y Pedro y los historiadores donan su esfuerzo que al igual que los demás no es remunerado. No esperan recompensas, pero saben que su deber es mantener la tradición y hacerla bien y con el fervor debido, porque Pedro no castiga a nadie, no obliga a nadie, porque cada bailarín conoce su responsabilidad al formar parte del elenco y nadie se queja. Eso es porque cada bailarín vio el baile cuando era niño y porque cada bailarín, soñó con ser bailarín alguna vez.

Si no hay baile de La Historia, la gente se desilusiona, se olvida la tradición y poco a poco se olvidaría el verdadero sentido de las fiestas. La fiesta la mantienen los mismos habitantes, ellos las hacen, ellos la pagan, ellos las mantienen, sus viejos, sus niños, sus adultos, sus jóvenes. Todo el pueblo participa en las fiestas.

Después de comer, Pedro ve a los niños que han quedado emocionados con el baile. Sabe que su trabajo ha sido cumplido, mantener las tradiciones en las generaciones venideras. Sube junto con los demás al camión que los llevará de regreso a Jicalapa. Se cubre la cabeza y la espalda con una bolsa de basura negra por la lluvia que acaba de empezar y el automotor inicia la marcha con todos en la parte de atrás.

Pero el mayor problema de este elenco es el dinero. A pesar del apoyo de la cofradía, los fondos se acaban y aunque la importancia de este baile es bastante, los bailarines carecen de recursos. El mayor problema son los disfraces que ya tienen más de 15 años y comienzan a arruinarse. Cada bailarín debe rebuscarse para ilustrar a su personaje con los medios que tenga disponible. Los zapatos de burro son el único insumo de la alcaldía para Pedro Valencia, que ha solicitado muchas veces un zapato más cómodo, porque bailar con ellos es una tortura. Estos sacrificios dificultan que esta tradición se mantenga por más tiempo y amenaza con extinguirla.

El alcalde, Salvador Mejía, que cumple su tercer período en Jicalapa argumenta que la escasez de fondos dificulta la posibilidad de ayudar a La Historia con mayores insumos. El plan del Mejía se centra en la prevención de violencia a través del deporte y parece que le ha funcionado, porque en este lugar no se ve ningún pandillero, las noticias de crímenes son pocas y el índice de violencia, según el edil, es bastante bajo.

-Si te comprometes con La Historia, no te vas a desligar por cualquier cosa- dice el ensayador. Es que esto depende del compromiso de los bailarines. Si llega el día en que nadie quiera participar, nadie participará y las tradiciones se perderán. Por eso es importante que Don Pedro haga lo mejor que pueda para que los más cipotes se interesen desde ya en ser bailarines.

Quizá Don Pedro no lo había pensado, pero su rostro se asombra, sus ojos se abren y luego reflexiona sobre la pregunta que escucha en el camino «¿Quién será el próximo mayordomo?». No sabe cómo responder y tartamudea, pero él espera que sea uno de los muchachos que ensaya para el baile. Marvin y Douglas tampoco saben qué responder, pero saben que esta tradición no puede perderse. -El día que llegue a faltar Don Pedro, alguien tiene que haber que ayude a ensayar, pero no creo que nadie sepa tanto como él…- comenta Marvin, quien espera que la tradición no muera así de fácil.

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