Las pandillas se han vuelto parte de las comunidades en las que crecieron. La vecindad ha visto crecer a esos niños. Los hemos tenido en las escuelas dominicales de la iglesia. Sus familias han vivido en las colonias durante años.
Por Doris Rosales
El fenómeno pandilleril ha evolucionado en El Salvador, “no apareció de repente como un ovni, sino que se formó de manera paulatina hasta llegar a ser lo que ahora conocemos”, afirmó Carlos Martínez, periodista del periódico digital ElFaro, en el conversatorio: “Por qué la paz nunca llegó a los barrios”. El evento se llevó a cabo en el marco de la Semana del Comunicador, en las instalaciones de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).
Una serie de condiciones dieron lugar a que se gestara el fenómeno pandilleril, y muchas de ellas le permiten sobrevivir en la actualidad. Martínez expuso que “uno de los espacios donde el asunto de la seguridad pública se torció irremediablemente, tiene que ver con ese abismo olvidado que son las cárceles, pues se volvieron nodos de poder para los pandilleros en los noventas”.
Marvin Amaya, abogado y ex pandillero explicó que antes de los años noventa ya existían pandillas, no es cierto que estas aparecieron con la ola de deportaciones. Aunque aquellos jóvenes tenían características diferentes a las de los grupos delictivos que ahora conocemos. El problema fue que la mayoría no quisimos ver la esencia de lo que teníamos en frente, y fue entonces que nos vino a estallar en la cara.
Amaya también menciona que en 1998 ¨con las reformas a los códigos Penal y Procesal Penal, las cárceles quedaron vacías». El 70% de los presos se fueron de las cárceles.
También afirmó que “los momentos claves que hicieron que los centros penitenciarios se volvieran un lugar de no retorno fueron dos: La separación de los internos por pandillas y la tregua que se hizo entre los años 2009 y 2010”.
Pero no solo las cárceles prestaron las condiciones necesarias para que las pandillas se desarrollaran, pues son un fenómeno que echó raíces hasta insertarse en la médula del tejido social. El pastor general de la iglesia Eben Ezer de la colonia Dina, Nelson Moz afirmó que las pandillas encuentran tierra fértil en colonias como en la que se encuentra su congregación. Estas son comunidades pobres y marginadas con una situación que se vuelve abono para el arraigo de las pandillas. Pues en estos lugares imperan situaciones como el abandono de niños, la desintegración familiar y la pobreza.
Las pandillas se han vuelto parte de las comunidades en las que han crecido. Tal como lo afirma el pastor Moz, las personas han visto crecer a esos niños. Los hemos tenido en las escuelas dominicales de la iglesia. Sus familias han vivido en las colonias durante años. Es por eso que llegan incluso a sentirse más seguras con ellos que con las autoridades.
Rosa Anaya, de Catholic Relief Services (CRS) opina que “históricamente el Estado ha hecho caso omiso de los derechos humanos. Las pandillas no son producto de una sola acción o de una pasada maléfica. Ellas no se formaron con la idea de tomar El Salvador. Esto es parte de un proceso lento que se da, y que como sociedad hemos ido cocinando. Hemos concebido la idea de que la única manera en que podemos resolver nuestros asuntos es de una forma violenta”.
Carlos Martínez coincide con esta postura, pues considera que lo que ocurre ahora es consecuencia de lo que dejó de la guerra civil y de lo poco relevantes que parecieron las pandillas. “Durante toda la mitad de la década de los noventa no tomamos en serio las primeras señales de este fenómeno”.
Rosa menciona que cuando los deportados llegaban de Estados Unidos, se encontraban que en El Salvador no habían reglas. Los escuchábamos hablar en inglés, los veíamos tatuados, con los tenis nuevos y con la ropa que traían. A nadie le parecían peligrosos. Es más, los otros jóvenes estaban hasta fascinados con ellos. Sin embargo, ninguno de los salvadoreños pensó que después del conflicto se iba a visibilizar lo que se estuvo ignorando por años, las pandillas tal y como las conocemos ahora.