Los pacientes de la red pública de hospitales se enfrentan a varios obstáculos en el camino para recibir atención médica. El calvario comienza desde la solicitud de la cita, hasta la entrega de los medicamentos, si es que hay en la farmacia.
Por Ana Argueta
Oswaldo Mena tiene 25 años de edad y desde hace cuatro padece un tumor cancerígeno detrás del ojo derecho. Es originario de Metapán, departamento de Santa Ana, y desde allá viaja cada semana a su tratamiento de quimioterapia que le dan en el Hospital Nacional Rosales, en San Salvador.
Mena cree que ya está bastante recuperado. Recibe el tratamiento una vez por semana, o dependiendo de las indicaciones del médico. Las primeras aplicaciones que quimioterapia se las daban cada mes y ahora cada ocho días.
«Yo consulté por este tumor en el hospital de Metapán y me dijeron que no podían hacer nada allá. Entonces me hicieron el papeleo para el hospital de Santa Ana. De ahí, me mandaron para el Instituto del Cáncer. Ahí me dieron terapia por un mes. Por último, me mandaron para acá, al hospital Rosales», recuerda Mena.
Una vez por semana se levanta a las 3:30 de la madrugada para asistir a su consulta programada a las 12:00 del mediodía en el Rosales. Debe de estar en el hospital por lo menos dos horas antes de su cita para ser atendido. Él asegura que ya se acostumbró a esa rutina.
Más que las madrugadas, lo que reciente es que a veces tiene que comprar la medicina que necesita. «Algunas veces me han dicho que no hay y cuando es así lo compramos. Nos dan sólo las recetas. A mi me han hecho comprar medicinas que cuestan 115 dólares. Las compraba y después las traía para que aquí me las pusieran. Pero lograr comprar el medicamento ha sido porque la gente que me visita en la casa me ayuda», agrega.
Oswaldo es apenas un caso de los tantos que se presentan a diario en la red de hospitales públicos, donde los pacientes no sólo sufren el desabastecimiento de medicinas, sino también la falta de exámenes que deben pagar en clínicas y laboratorios privados a costos elevados.
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María Magdalena Trejos es otra paciente con cáncer que asiste cotidianamente al hospital Rosales. Padece un tumor benigno conocido como suprosolar entre el ojo y oído izquierdo. El tumor está alojado en una parte del cerebro difícil de intervenir porque corre el riesgo de quedar en estado vegetal, por lo que necesitaba de un examen especial conocido como embolización de tumor.
Los doctores diagnosticaron que ese tumor tenía años de padecerlo y que se le formó por recibir los rayos del sol. Portillo dice que posiblemente se le formó porque ella recibía el sol desde las 11:00 de la mañana hasta la una de la tarde, «porque iba a dejar a sus nietos a la escuela”.
Los médicos la ingresaron desde el primer día de la consulta. Dos semanas después le pidieron un medicamento para matar una bacteria alojada en las fosas nasales, para evitar que durante la operación se le fuera al cerebro. «De la noche a la mañana me dijeron de ese spray. Me dieron la orden del medicamento y que tenía que pasar a trabajo social para que me dijeran donde podía conseguirlo más barato. Me costó 67 dólares”, relata María Leonor Portillo, hija menor de María Magdalena.
Antes de la operación los doctores le pidieron dos exámenes más. Necesitaban uno de la vista para saber si el tumor había dañado el ojo y si lo perdería. «Fue un caos salir del hospital porque no había ambulancias. Está el montón, pero no sirven. Sólo funcionan dos y andaban dejando o moviendo a otros pacientes. Gasté 40 dólares en ese examen», agrega Portillo.
Pero los gastos no terminaron allí, faltaba el golpe más duro para la familia de María Magdalena. «Me habían dejado unos documentos en la cama de mi mamá. Voy viendo que tenía que hacerle otro examen». Portillo se dirigió a trabajo social del hospital para saber cuánto le costaría el examen. Lo que escuchó fue tan fuerte que le provocó llanto. El examen que le pedían costaría en la clínica más económica 5,600 dólares.
«Yo tenía 300 dólares ahorrados y obviamente no me alcanzaba para ese examen. Pero yo antes trabajaba con una doctora que nos refiero al Rosales, y ella me consiguió la embolización a mitad de precio. La hermana de mi mamá mandó el resto del dinero para pagar el examen», relató Portillo.
Estas dos historias son una muestra de las condiciones difíciles que debe enfrentar la población que acude a los hospitales públicos cuando se enferma. Comunica solicitó entrevistar a las autoridades del Ministerio de Salud para conocer su opinión sobre el tema, pero nunca se otorgó la entrevista solicitada a través de la oficina de comunicaciones de ese Ministerio.