Entre los muchos temas del filme Interstellar, hay uno en el que quiero centrarme. Y no es la inminente aniquilación de la raza humana, sino la humanidad ante el descubrimiento de nuevos mundos.
Por José Miguel Alemán
En la noche, al subir la cabeza y mirar al cielo, ¿qué es lo que se ve? Algunos dirán que estrellas. Otros dirán que misterios. Otros, más visionarios quizá, dirán que ven el futuro de la humanidad. Porque, como bien dice Cooper, protagonista de la película Interstellar, “la humanidad nació en la Tierra, mas nunca estuvo destinada a morir en ella”.
Tal vez alcanzar las estrellas es un planteamiento muy cercano al mundo cinematográfico, pero es innegable afirmar que el género de la ciencia ficción ha contribuido a construir, con el melodrama y la cualidad épica de sus relatos, la imagen de que abandonar este planeta es una fantasía que nunca se cumplirá.
Para países como Estados Unidos, con su avanzado programa de investigación espacial, quizá esta sea una aspiración cercana, mientras que para países como El Salvador, preocupados más por sobrevivir que por el progreso, esto es un sueño muy lejano.
Más allá de la ficción
Entre los muchos temas del filme Interstellar, hay uno en el que quiero centrarme. Y no es la inminente aniquilación de la raza humana, sino la humanidad ante el descubrimiento de nuevos mundos.
En la película, los astronautas descubren tres planetas, los cuales posteriormente exploran, con la esperanza de encontrar en ellos una atmósfera adecuada para la raza humana. En la realidad, aquello que ellos estaban buscando es llamado “exoplaneta”. Lo que ellos encontraron, y lo que los astrónomos modernos encuentran, son planetas cuyas situaciones atmosféricas son inhóspitas para albergar sobre su superficie a la raza humana.
Si se saca el hecho de descubrir un nuevo planeta del contexto ficticio de la película y se traslada a la realidad salvadoreña, y posteriormente se analiza la reacción de la población ante tal hallazgo, se descubriría que los salvadoreños, como afirma el ingeniero y catedrático del Departamento de Ciencias Energéticas y Fluídicas Leonel Hernández, “sí tienen interés, pero no es un interés de involucrarse, sino una curiosidad casi infantil”. Y es esta curiosidad infantil la que ciegamente los lleva a formular respuestas de índole fantástica, dando lugar a la creación de mitos.
Los mitos alrededor de la astronomía pueden clasificarse en dos tipos. El primero de ellos es el de carácter cinematográfico, causado por el género de la ciencia ficción. Leonel Hernández opina que “de alguna manera, quizá la gente está un poco sesgada por las películas de ciencia ficción, que la primera pregunta que se les viene a la mente cuando ven una noticia así es ‘bueno, ¿y hay vida ahí?’”.
El segundo factor es la falta de escolarización, que provoca que las personas recurran a explicaciones religiosas para fenómenos de índole natural. Coincido con Leonel Hernández en que la mejor y más efectiva solución al analfabetismo astronómico o, en general, a la falta de interés hacia las ciencias fuertes (física, química, etc.) es la educación y la secularización del pensamiento racional del religioso. Al menos, para cuestiones relacionadas a los fenómenos naturales.
Hay quienes logran separar sus creencias y el mundo físico. Yo creo que por lo menos hacia ahí deberían apuntarse las cosas. Posiblemente nuestro cerebro esté programado para creer en una deidad. Quizá necesitemos eso. Pero si no lo podemos quitar porque ya está impregnado en nuestra psique, por lo menos debemos encontrar un balance entre las dos cosas
Sin embargo, los mitos “no afectan directamente al estudio de la astronomía, más bien perturban a la gente, les meten miedo innecesario. No pienso que tengan un efecto negativo; para algunas personas tiene el efecto contrario, les despiertan el interés”, comenta Hernández. Quizá entonces los mitos que se crean alrededor de la astronomía no sean del todo negativos. La curiosidad, como ha mencionado el ingeniero, sirve como un potente catalizador de atención hacia la disciplina científica.
Así que el misticismo quizá no sea una fiebre mortal que acabe con la racionalidad de la ciencia, sino la llave para una crucial puerta: la curiosidad, elemento que mueve al pueblo a saber más. Después de todo, es el involucramiento de las personas lo que mantendrá viva la presencia de la astronomía no solo en El Salvador, sino a nivel mundial, y perpetuará investigaciones que, algún día, quizá lleven a la humanidad a regiones inimaginables del universo.