Por Ramiro Guevara.

Históricamente, las civilizaciones han logrado definirse a partir de las diferencias que tienen con los demás pueblos, en su taxonomía social y biológica. A pesar de que esto se da en todo rincón geográfico, la sociedad estadounidense ha normalizado y reproducido la brecha racial entre su bandera y el resto de forma expansiva. Bajo este contexto, la discriminación continúa siendo una soga que asfixia y condena la dignidad de muchos, incluso de aquellos que la propician.

Foto por: Sara Hernández
Casa de salvadoreños en Los Ángeles, California. (Foto por: Sara Hernández)

Cuando Barack Obama asumió el cargo de presidente en 2009, muchos reconocían un triunfo no tanto de los republicanos, sino de los ciudadanos afroamericanos, al verse representados en él. Un artículo publicado el 5 de noviembre del 2008 por el diario La Nación, incluso propone que “la victoria se da 45 años después del apogeo del movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King.

En la actualidad

Tras el triunfo de Donald Trump, la expectativa aumenta con la tensión geopolítica. Esto acompañado con la idea de que en materia humanista, el nuevo presidente representa la antítesis de la victoria que la Nación anunció en su momento. Pero existe también un sector político y social que estuvo presente en ambos períodos presidenciales y que curiosamente siempre se debate entre la estabilidad y el derrumbamiento existencial: los inmigrantes de América Latina.

Los inmigrantes también representan una carga cultural y económica, y sin embargo siempre han tenido la maldición de vivir bajo las sombras: trabajar en hurtadillas y hacer prosperar al capitalismo desde su crisis. Tristemente, el racismo y las medidas contra inmigrantes no cesan, y parece que vienen con más peso.

El análisis socioeconómico de Anabel Clemente, publicado en El Financiero en el año 2016, durante la presidencia de Obama demuestra que se deportaron 2.8 millones de inmigrantes, de los cuales el 47% no tenía ningún antecedente penal. Ahora con Trump, las cosas se ven extendidas.

Las opiniones en torno a las vivencias que han atravesado muchas personas son diversas. Por ejemplo, Sara Hernández, quien lleva alrededor de dos años como residente en California y quien pasó por un proceso legal, asegura:

Creo que sí ha cambiado en la administración de Trump, a pesar de que yo solo viví un año. Ahora, siento que desde el momento en que entrás al país son un poco más severos, pero tampoco es algo específico para los latinos.

En cuanto a la problemática del racismo, al haber tenido cierto conocimiento de la presidencia de Obama, dice: “El racismo no es algo nuevo. Me parece que cuando estaba Obama era un poco más pacífico, porque él impulsó la convivencia. Ahora, con Trump, las personas han agarrado su lado racista, quizá por la manera en la que él se expresa”.

Algo común que se da en el extranjero, es el racismo entre latinos. Sonia Orellana afirma que en un inicio, cuando recién ingresó a trabajar en Estados Unidos en el año 2011, sus compañeros latinoamericanos la sobrecargaban de obligaciones o “se aprovechaban”, como diríamos.  También afirma que las cifras de deportaciones no se publicaban durante el mandato de Obama, que era un tema ignorado por los medios públicos.

Sucede que realmente no ha existido un cambio de grandes dimensiones, al menos en la sociedad norteamericana, pero sí un despertar significativo de la tensión y expectativa que están atravesando muchos indocumentados, con la cacería de brujas con la que amenaza Trump.

Tristemente, la difusión de antivalores que tanto atribuimos a los estadounidenses, como la discriminación, es un pan que se cocina en los corazones de muchos. Los “gringos” nos podrían dar las armas para que los latinos las disparemos, pues tal parece que somos nosotros quienes construimos un muro. Un muro que no se edifica con cemento, pero sí se levanta a cada insulto que hacemos a los de nuestro mismo pueblo. La discriminación es un virus muy parecido al de la influenza, pues muta y quizá nunca se cure, pero al pisar otras tierras, nosotros como “paisanos” tenemos el deber de compatriotas; de no olvidar que allá “en el jardín trasero” aprendimos una lengua que nos enseñó a decir “te extraño”, gracias, por favor y sobre todo a dar las bienvenidas a todo el que las necesite.

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