Por Sofía Abarca, Gabriela Valencia y Margarita López Weil
El acoso sexual callejero es la violencia ejercida en un lugar público, que emplea comentarios no deseados, gestos y acciones por parte de un extraño hacia una víctima. Este tipo de acoso puede incluir silbidos, comentarios sexualmente explícitos y, en casos extremos, persecución y manoseo. Es así como lo define la organización Detén el Acoso Callejero, estructura dedicada a documentar y poner fin al acoso callejero a nivel mundial.
Este tipo de hostigamiento es ejercido contra la mujer. Se da en contextos como autobuses, taxis o cualquier lugar de la calle. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), siete de cada 10 mujeres han sufrido violencia física, sexual o psicológica. Por otro lado, la Oficina de Información y Respuesta de la Policía Nacional Civil afirma que en el 2015 cada dos horas una mujer fue abusada sexualmente en El Salvador. Mientras, la delegación de investigación de delitos contra menores y mujeres reportan que un 15% del total de denuncias recibidas tiene relación con acoso sexual.
El hostigamiento callejero se ha convertido en la forma más naturalizada de ejercer violencia hacia la mujer. Inclusive se cree que existen “buenos piropos”, los cuales pueden ser aceptados. Es común que el acoso se dé a través de expresiones verbales, como comentarios vulgares, que intentan denigrar y sobre todo calificar a la mujer como un objeto sexual. Es un problema que está tan impregnado en la sociedad que para algunas personas es difícil reconocerlo como un tipo de violencia.
Una de las causas de naturalización se deben principalmente al temor y la falta de información de cómo hacer una denuncia. También se debe tener en cuenta que la sociedad tiende a culpar a la víctima, haciéndole creer que es ella quien provoca el problema. Esto debido a la forma de vestir, hablar, caminar o incluso debido a su físico. El punto más preocupante de esto es que, en numerosas ocasiones, el acoso callejero se convierte en abuso y en agresión física.
En el Código Penal de El Salvador, artículo 165, se establece que “El que realice conducta sexual indeseada por quien la recibe, que implique frases, tocamiento, señas u otra conducta inequívoca de naturaleza o contenido sexual” será sancionado con prisión de tres a cinco años. Sin embargo, esto no es suficiente, pues es necesario que existan más severidad contra del acoso sexual callejero, sobre todo para proteger la integridad de la mujer.
A través de la siguiente opinión se puede evidenciar la manera en la cual el acoso se hace presente en el día a día de las mujeres salvadoreñas. Eugenia Carranza, usuaria del transporte público, comenta: “Me siento acosada la mayoría de veces, si el microbús va lleno o no, eso no importa. Al final siempre hay alguien que va a querer aprovecharse de la situación. En la calle ni se diga, siempre escucho silbidos o comentarios hacia mí que indignan a cualquier mujer”. Según estadísticas del Viceministerio de Transporte, en 2015 el 67% de las mujeres que utilizaron el transporte público fueron objeto de acoso.
Es importante mencionar que, en numerosos casos, los agresores no son conscientes de que están ejerciendo un tipo de violencia, ni les interesa saberlo. El movimiento Mujeres de la Matria Latinoamericana anuncia que el 100% de las mujeres sufrió un tipo de acoso a lo largo de su vida en la calle. De esta manera, se puede constatar que la mujer está siendo constantemente acosada, sin importar el lugar, las condiciones, ni mucho menos la vestimenta que lleve puesta.
El acoso callejero es un fenómeno naturalizado por la sociedad. Por esta razón, como jóvenes tenemos el deber de ser agentes de cambio. De igual forma, el Estado debe encargarse de hacer visible el problema y calificarlo como un tipo de violencia. Se deben crear más políticas que se enfoquen en penalizar, para desnaturalizar este tipo de comportamiento, de la mano de otras instituciones como el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (ISDEMU).