El Salvador, donde la “cultura de gallinero” persiste

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Carlos Carcach considera que para que la sociedad salvadoreña cambie, cada salvadoreño debe cambiar. Foto Por: Marcela Sosa.

Carlos Carcach explicó sobre la relación entre la cultura y la violencia en El Salvador, así como mostró su apreciación sobre las posibles iniciativas que se podrían seguir para el combate de esta problemática que afecta el país.

 Por Marcela Sosa

Carlos Carcach es un licenciado en administración de empresas, máster en estadísticas, con un postgrado en economía y doctor en econometría. Asimismo es uno de los criminólogos y analistas más reconocidos del país. Su carrera como criminólogo inicia en 1991 cuando se involucró en una encuesta de víctimas de crimen en Queensland, Australia. Desde su regreso a El Salvador ha aportado a la criminología del país con diversas publicaciones, asesorías e investigaciones. En el 2011 realizó un programa de postgrado en criminología, evento que él considera “una semilla sembrada en el campo de la criminología” del país. Actualmente se desenvuelve en la investigación, la docencia y la consultoría; también es coordinador de investigación del Centro de Políticas Públicas de la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN).

Al tocar temas de cultura, las cosas que se cruzan por la cabeza son: las costumbres, el náhuatl, el arte. Para Carcach, cultura es un conjunto de valores y de visiones acerca de la realidad que predominan en una sociedad, de alguna forma estos valores sirven de base para el establecimiento de una serie de pautas de comportamiento que de alguna forma son las que guían como una sociedad va avanzando a lo largo de su historia. Además, expone una visión de cultura no convencional, inesperada: la cultura de violencia.

¿Considera que El Salvador ha adoptado una cultura de violencia?

Una cosa es resignarse ante la violencia, tal y como se manifiesta y como ocurre en El Salvador, y otra es pensar que esa violencia ha sido una constante en la historia salvadoreña; pero yo pensaría que en El Salvador, así como en muchos países latinoamericanos, la sociedad se ha conformado de maneras que faciliten el ejercicio del poder por algunos y entonces en la búsqueda de ese poder, algunos miembros de la sociedad han violentado los derechos de otros miembros de la sociedad, por ejemplo el machismo.

Usualmente se instauran maneras de percibir o interpretar la realidad que nos rodea a través de la religión. Aquí en El Salvador para introducir el cultivo del café se desposeyó a los indígenas de sus tierras (…) y desde ahí el país no ha podido disfrutar de una paz y usualmente esa violencia se ha ejercido a través del Estado.

Luego de este suceso, ¿qué otros han reflejado esta misma situación?

Sucesos como el de 1932 (levantamiento de campesinos) y los sucesos de los años 70 (guerra civil, violencia sociopolítica) tiene como base ese fenómeno y la concentración de poder económico y político hacen al salvadoreño temeroso.

¿Qué produce en la sociedad ser un salvadoreño temeroso?

El salvadoreño temeroso no hace valer sus derechos por miedo, solo asiente y guarda resentimientos. Eso nos ha llevado a tener el sistema político que tenemos. Para nosotros es mejor que otro haga por nosotros.

Las personas tienen miedo y ese miedo como que fuera inversamente proporcional a la posición de la persona en la estructura social. La gente piensa que los únicos que no tienen miedo y no se sienten inseguros son los millonarios. Eso genera un tipo de sociedad en el que para las personas es más importante tener que ser.

¿Y esto qué genera?

Genera un conflicto de la persona consigo misma y con los demás. Algo que yo llamo cultura de gallinero: uno se para en uno, otras se paran en otros, y todo el mundo trata de estar parado encima del mayor número de personas posibles. Todo esto contribuye a crear un tipo de sociedad en que se tiene poca confianza en nosotros y creamos esa cultura de la desconfianza, de no creer en los demás, de una cultura de etiquetar de las personas, ese ambiente de desconfianza y de desacreditación.

Y esto es peligroso…

Por supuesto, al ser una sociedad en donde privilegiamos esos métodos indirectos, vamos acumulando resentimientos que se ven reflejados en la sociedad actual. La reivindicación de tierras arrebatadas, esperar 50 años para hacer efectiva otra reivindicación y la rebelión contra el autoritarismo, todo influye en los resultados sociales que percibimos ahora. Además, el salvadoreño quiere ser libre, tenemos bajo respeto por las leyes, no queremos seguir reglas y eso es parte de una cultura que al final hace vayamos guardando rencor y no generáramos vías de escape civilizadas para esa acumulación de descontentos.

¿Qué influencias culturales han intervenido en el país?

La influencia cultural de Estados Unidos ha sido muy grande, más que todo dirigida a la vía del consumo. El Salvador tiene patrones de consumo muy parecidos a los países desarrollados y, lastimosamente, para buena parte de la población los ingresos no alcanzan y eso genera una distorsión.

Ahora el desear y necesitar suceden casi simultáneamente en el tiempo y la satisfacción de la necesidad es ese el consuelo de la gente para no sentirse tan mal. Las personas hoy piensan menos en el futuro, el horizonte de planeamiento de las personas es cada vez más corto, al ser así, entonces también cambian las percepciones de los individuos de las formas de cómo valoran el riesgo al que se enfrenta cuando están considerando tomar decisiones, todo eso ha venido cambiando.

Entonces el país está en constante cambio…

Como todos los países, El Salvador está en medio de cambios profundos, cambiando en formas y velocidades que nosotros no tenemos consciencia, y quizás eso hace que el salvadoreño estos cambios ocurren de manera simultánea.

Esos cambios van afectando a las personas de maneras distintas y en estos siempre hay ganadores y perdedores, y el perdedor entra en crisis. Él tiene dos oportunidades, o bajar la cabeza o defenderse ante lo injusto… y aquí se llega a la violencia en El Salvador.

¿Esto genera otros tipos de cultura?

En América, anteriormente, se retomaba la cultura del alcohol: el fácil acceso al alcohol y los efectos que este tiene en la persona hacen más fácil que los problemas se resuelvan violentamente. Ahora es la cultura del arma de fuego, un arma hace sentir poderoso, a medida el arma es más grande el poder es más grande. La violencia está reforzando esa percepción que tienen algunos de resolver los problemas fáciles.

El niño que es violentado en su casa, que ve que no puede tener o hacer lo que otros niños hacen, y se le presenta la oportunidad de ser parte de algo (grupo delictivo), le ofrecen protección, resguardo, acceso a cosas que no tenía antes, le ofrece poder, puede tener el control sobre la vida de otros, esa allí en donde estamos ahorita; ahorita es difícil romper eso.

¿Cómo esto podría cambiar?

Yo creo hay que cambiar los sistemas de incentivos. Necesitamos tener una visión clara desde dónde queremos ir como sociedad, eso debe ser un acuerdo nacional. Si nos sentimos bien en una sociedad en donde la gente es desordenada, indisciplinada, entonces ¿para qué queremos Gobierno, para qué queremos leyes? Pero si queremos que respeten nuestros derechos, entendiendo que debemos respetar los de los otros, y si logramos entender que tenemos esa disposición de salirnos del guacal, entonces todos reconoceríamos que necesitamos un regulador.

¿Dónde encontramos ese regulador?

El problema es que en esta crisis no tenemos líderes, ya que nadie cree en nadie. Si conocemos a alguien juzgamos sus pensamientos según su trabajo, su situación económica, sin, en realidad, saber la verdad. Esa es la cultura que tenemos y eso dificulta. Debemos organizarnos de una manera y entender cómo es que está esta sociedad formada, sabiendo que hay unos que tendrán más posibilidades de impulsar cambios en otros. Recordar que el país no va a cambiar si yo no cambio.

¿Cuánto tiempo falta para que reaccionemos?

Estamos casi al borde del precipicio, no tenemos tiempo y en el corto plazo esa carencia de liderazgo nacionales, no hay figuras aquí que sean capaces de aglutinar a otro para comenzar a formar frentes comunes, habría que hacer eso de urgencia, pero nosotros nos preocupamos más por lo que nos diferencia que por lo que nos hace comunes, entonces estamos más preocupados por eso.

¿Qué considera usted que pasará con los lugares que se dedican a divulgar y promover la cultura de nuestros antepasados, el náhuatl, costumbres, etc.?

Supongo que está pensando en lugares como Panchimalco, Santa Isabel Ishuatán, Izalco, etc. La respuesta depende qué tanto estas comunidades indígenas se organicen para protegerse de las pandillas. Si son efectivas en esto, no creo que ocurra mayor cosa. En caso contrario y quizás Panchimalco es un ejemplo, estas expresiones de cultura podrían desaparecer.

El hecho está en que el fenómeno de las pandillas en un sector lo que hace es incrementar la percepción de inseguridad y una reacción natural de la gente es retraerse a realizar actividades cerca de su comunidad, de frecuentar lugares como estos. Se restringe el espacio en el que las personas realizan actividades de ocio. La gente se siente preocupada, temerosa y el salvadoreño deja de hacer muchas cosas por temor.

El Salvador necesita crear espacios de acercamiento para que los salvadoreños conozcan ideas y pensamientos de otros. Foto Por: Marcela Sosa.
El Salvador necesita crear espacios de acercamiento para que los salvadoreños conozcan ideas y pensamientos de otros. Foto Por: Marcela Sosa.

Por otra parte, no se pueden reclamar las costumbres porque, quizás, nunca fueron buenas costumbres y mantenerlas solo porque son nuestras pues es bastante tonto, sin embargo debe haber un movimiento consiente de la sociedad y estos solo puede venir de una buena guía política y medios (de comunicación).

¿Cómo se ven afectadas las subculturas urbanas (skate, graffiti, tauajes, etc.) ante esta situación?

Las personas que se dedican a este tipo de arte siempre han sido mal vistas. Siempre han sido tratados con desprecio, tildados de vagos y haraganes; y sus actividades nunca han sido valoradas en El Salvador.

A los jóvenes que se dedican a expresar algún tipo de arte, hoy en día, se les ve como algo totalmente contrario a lo que debe ser un salvadoreño. Con lo de las pandillas, el graffitti y los tatuajes ya son una forma de arte que es difícil poder expresar en el país.

Aquí se observa algo que le falta al salvadoreño que es conocer al otro para entenderlo, no juzgarlo sin saber.

El Gobierno y la sociedad civil debería generar espacios para que estas personas expresen su arte, incluso estos podrían servir de estrategia para recuperación de territorios.

¿Qué iniciativas considera usted que se podrían generar para acercamiento de diferentes ámbitos de la sociedad?

Por ejemplo, lugares como El Paseo El Carmen, que son espacios abiertos y que son de uso común en donde convergen gentes de todas clases sociales, edades, ocupaciones. Espacios como ese podrían ser espacios donde se pueden ir dando acercamientos.

Quién sabe si en algún momento se necesiten acercamientos con estos grupos delictivos, para conocer qué hacen, piensan, y sienten, y así poder comprenderlos.

Por otra parte, si algún político tuviera alguna gracia para pintar de manera auténtica, no solo por campaña, podría ser esas ideas de acercamiento. Que nos conozcamos, porque la única forma de que perdamos, que minimicemos ese sentimiento de desconfianza es a través de ese acercamiento.

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