Los hombres que filtran dignidad

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Los grupos de Facebook como “Musca packs” o “Doriloka” sirven como espacios en donde los jóvenes pueden filtrar y compartir fotografías íntimas de otra persona. Foto por: Carmen Escobar.

Intercambiar fotos y videos con contenido explícito como si fuesen tarjetas de colección es una costumbre mucho más común en los jóvenes de lo que todos pensamos. Lo peor de la situación es que las autoridades y organizaciones que podrían hacer algo al respecto pocas veces reconocen estos casos de violación a la privacidad.

Por Carmen Escobar y Laura Mejía

En la sección de “delitos sexuales” en la Memoria de Labores 2015 de la Fiscalía General de la República, solamente uno de los 19 casos allí descritos corresponde a este tipo de violencia contra la mujer. Este se trata de un hombre de 53 años que fue condenado a 8 años de prisión por posesión de pornografía infantil. Dicha pornografía se trataba de fotografías que él había obtenido al mantener una relación por internet con una joven de 15 años. Cuando ella decidió terminar la relación, él la amenazó con enviar esas fotografías a sus padres y compañeros de estudio. La Unidad de Delitos Relativos a la Niñez, Adolescencia y la Mujer de la FGR fue la encargada de llevar el caso.

“Las denuncias son como un iceberg, lo que se alcanza a ver es muy poco de lo que realmente sucede; esto es o porque las mujeres no creen en el sistema, o porque no conocen sus derechos”, explica Sonia Viñerta, trabajadora social del Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (ISDEMU) y que ha trabajado por más de cinco años en el área de atención a víctimas de violencia de género

Existen varias razones por las cuales un joven decidiría compartir material privado de otra persona sin su consentimiento. Según Oscar Vázquez, psicólogo, sexólogo y victimólogo, las dos razones principales por las cuales alguien podría hacerlo son: por reivindicar su estatus como hombre, luego de haber sido vulnerado, o por ganarse un estatus entre su mismo grupo de amigos, quienes son lo que validarían su hombría dentro del grupo.

La filtración de material privado no solo no es anormal, sino que tampoco es algo nuevo. Desde que el internet se volvió muchísimo más popular, varias personas han sufrido la humillación de ser vistos por personas que nunca debieron verlas. Por ejemplo, en 2004 no solamente fue filtrado, sino también comercializado un video íntimo de la socialitè Paris Hilton.

No es necesario ir a otros países o a otros niveles sociales para identificar un ejemplo de este tipo de delito. José Mauricio Gómez, mejor conocido como Mauricio Béjar Jaddalah, y Claudia Saravia, son nombres protagonistas de un caso compuesto de enojo, venganza, confianza traicionada y una cámara de celular que trascendió la intimidad de una relación hasta llegar a la agenda mediática nacional. Béjar Jaddalah, luego de que Claudia decidiera terminar la relación, publicó en un sitio pornográfico una serie de videos que se enfocaban en ella cuando mantenía relaciones sexuales con él. En los videos, Claudia usaba un lenguaje denigrante hacia ella misma como una manera de excitar a su entonces novio. Los videos se viralizaron de una manera sorprendente y, durante semanas, fue el tema de conversación en centros de estudios, trabajos, reuniones y redes sociales que publicaban un sinfín de “memes” de la señorita. Esto obligó a Claudia a rehacer su vida en otro país y a Mauricio a evadir sus responsabilidades judiciales. Ha pasado un año y él, hasta hoy, no ha sido responsable por el delito que cometió.

Varios otros jóvenes han hecho lo que Mauricio cometió, a menor o mayor escala. Los relatos aquí descritos contienen todos nombres y ocupaciones ficticias. Al final, nadie está orgulloso de haber filtrado dignidad.

El que vio la dignidad pasar

Para algunos jóvenes, como Carlos, de 20 años, estudiante de mercadeo en la Universidad Francisco Gavidia, compartir fotos explícitas entre su grupo de amigos es tan común como tomar café en la mañana. Él dice nunca haber filtrado material directamente, es decir, nunca ha sido él la primera fuente de videos o fotografías, pero, en ocasiones, sí reenvía lo que sus amigos le mandan.

WhatsApp, o cualquier espacio de chat es un canal muy común para que se filtren este tipo de materiales debido a su inmediatez y la facilidad que dan estas plataformas para exportar y compartir contenido. Foto por: Carmen Escobar.
WhatsApp, o cualquier espacio de chat es un canal muy común para que se filtren este tipo de materiales debido a su inmediatez y la facilidad que dan estas plataformas para exportar y compartir contenido. Foto por: Carmen Escobar.

Sentado en las graderías de una cancha vacía en la universidad donde él estudia, Carlos se remonta a la primera vez —de la que tiene memoria— que participó en un acto de filtración de fotos íntimas de otra persona. En el año 2009, cuando lo que ahora son sus brazos fuertes eran en realidad más flacos y sus 1.70 cm de altura eran 1.60, un amigo del colegio le pasó la foto de quien justo había dejado de ser su novia. Ella tenía apenas 14 o 15 años, y aun así, varios jóvenes conocían ya sus partes privadas. El simple factor de la edad de la joven haría de esto un delito de pornografía infantil, como dicta el artículo 171 del Código Penal. Las fotografías nunca se filtraron más allá del círculo de amigos de Carlos, y la joven jamás se dio cuenta que su confianza había sido traicionada.

Carlos es un joven al que le gusta mucho la actividad física —de hecho, se encuentra en las graderías esperando que sea el tiempo de comenzar su entrenamiento de basquetbol—, esto le ha dado conocimiento de un caso en el que la chicas implicadas en la filtración de fotografías fueron afectadas: Para los juegos del Consejo del Itsmo Centroamericano de Deportes y Recreación (CODICADER) del año 2012, que tuvieron sede en nuestro país, algunas de las compañeras de equipo de Carlos se emocionaron con los visitantes extranjeros. Algunas de ellas entablaron cortas relaciones con ellos y, entre pláticas llenas de la excitación del momento, terminaron enviándoles fotografías. Ellos no se las guardaron. Al corto tiempo, esas fotografías pusieron en evidencia el afán de las jóvenes deportistas. “Las salvadoreñas no pudieron ir al Costa Rica Open de ese año, por la fama de busconas que se habían ganado”, cuenta Carlos.

Al final, quienes filtraron las fotografías quedaron intactos, pero las atletas quedaron privadas de su desarrollo deportivo. Oscar Vázquez explica que esta es una de las consecuencias más comunes para las víctimas. La sociedad y los medios tienden a trasladar la culpa hacia ellas. “De un hombre se espera este tipo de cosas, la culpa es de ella por dejarse fotografiar o por tomarse las fotografías, es el usual discurso en estos casos” continúa Vázquez.

Sonia Viñerta explica que en muchos casos, la mujer, en nuestra cultura patriarcal donde predomina la masculinidad hegemónica y se ve ignorada la libertad sexual de las mujeres, se ve señalada como culpable por la sociedad que considera que ella lo provoca.  A esto se le llama “el mito de Eva”; las mujeres tienen la culpa de todo, y si los hombres actúan mal, es por culpa de las mujeres.

La explicación que da Carlos de por qué entre sus amigos deciden mostrarse esas fotos es una alegoría a algo material: “es como cuando enseñás un carro; enseñás uno que te gusta. Decís ‘miren lo que encontré’ o ‘miren lo que yo he visto’. Es como cuando compartís una foto de una fiesta o algo así en Facebook, es la misma sensación”.  Para Carlos y sus amigos, mostrarse ese tipo de fotografías y videos es otro tema de conversación casual, “es como chambrear” dice él.

Desde que la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres entró en vigencia, en 2013, es menos frecuente escuchar de estos casos por el miedo a ser incriminados, nos cuenta Vázquez. El artículo 50 de dicha ley dicta así, “Quien publicare, compartiere, enviare o distribuyere información personal que dañe el honor, la intimidad personal y familiar, y la propia imagen de la mujer sin su consentimiento, será sancionado con pena de uno a tres años”. “No me vas a llevar preso, ¿verdad?” pregunta dudoso Carlos, con una sonrisa que esconde nerviosismo, al haberle cuestionado si la existencia de esta ley los detiene a él y a sus amigos a la hora de filtrar material íntimo de alguien más. Respondió que no, pues, en teoría, las fotos se las quedan entre ellos.

El que jugó con la dignidad

Con aspecto relajado y un café en la mano, se acercó un joven de 23 años a la mesa de un restaurante en Santa Tecla. Su barba prominente y lentes de sol a las 4:30 p.m. de un día lluvioso lo hacían fácil de distinguir. José, quien confiesa haber realizado esta práctica desde temprana edad, cuando estudiaba en un colegio marista y tenía una novia mayor que él. En aquel entonces él tenía 15 y ella 18 años. Él les enseñaba fotografías provocativas —pero aún no explícitas— en donde ella mostraba un poco más del escote o de sus piernas,  a su círculo de amigos como una manera de conseguir su aprobación. Necesitaba que le reafirmaran que su novia era una mujer atractiva. Para José significó algo casual hacerlo porque veía que, entonces, sus amigos se pasaban las fotografías por Hi5.

La evolución de la tecnología y las redes sociales ha facilitado el compartir —con consentimiento o no— fotografías propias o de otras personas.  Ahora existen aún más medios por donde compartirlo, entre ellos los más populares son Snapchat, WhatsApp y Facebook Messenger, que tienen como característica principal la inmediatez.  Estas plataformas son utilizadas por personas en un estrato específico de la sociedad, explica Vazquez, quien define esto como un tipo más sofisticado de violencia. Para producir y filtrar el material, se requiere de insumos necesarios. No cualquier persona podría hacerlo.

José recuerda que años después, cuando comenzó a estudiar economía en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN), conoció a Karen, una compañera de clases que en ese momento tenía 18 años, igual que él. Se enamoraron y comenzaron una relación. Como en cualquiera, lo sentimientos y emociones florecieron, fue en un punto de esta cuando ella le mandó varias fotografías sexualmente explícitas a José quien en ese momento era su novio, como una manera de explorar y explotar el área sexual de la relación.

Él guardó las fotografías, pero esta vez no era para mostrarlas o presumirlas, las guardaba porque le gustaba poder ver a su novia cuando quisiera. Adelantada la situación, los problemas comenzaron a surgir y José se dio cuenta que él no era el único en la vida Karen, ni el único que recibía fotografías de ella, “fue ahí cuando no me importó si ella quería ser puta”. Por venganza le pasó las fotografías de Karen a una amiga de él y fue así como se hizo una cadena interminable. En cuestión de días el cuerpo de Karen ya era conocido en la red, en diferentes poses y ángulos, con y sin ropa. Ella no supo cómo actuar y abrumada por la situación dejó de asistir a clases por un tiempo y decidió esperar a que todo pasara.  

José sabe que lo que hizo está mal. Luego de unos años de este incidente, él mira atrás y piensa en los hechos, se da cuenta de la gravedad de sus actos y cómo afectaron a Karen. Ella, hasta el día de hoy, no ha podido tener una relación estable, pues el fantasma de las fotografías la persigue en forma de las palabras de su novio actual. “Ahora ya no lo haría. Respeto a la persona con quien estoy y ella me respeta. Sé que es algo que nadie se merece, a veces me mandan, pero las borro” dice José.

Terminando su café, el joven cuenta la razón por las cual estas fotografías son tan buscadas y causan tanto impacto en la vida de las mujeres. Para José, es porque vivimos, en lo que él considera, un sistema machista donde existe un gran tabú con la sexualidad, el cual se extiende a la mayor parte de los países occidentales. Los hombres se pasan estas fotografías como una manera de tener estatus entre sus amigos; “es como decir ‘mirá, yo soy más vergon que vos. Las mujeres me pasan esto sin necesidad de un contacto físico. Ella me desean. Te las voy a pasar para que fantasees” cuenta José. Esto se ha vuelto una competencia para saber quién es el que más logra conseguir, “tengo amigos que tienen álbumes completos de niñas. Organizadas por año y por nombre, inclusive”. Este es un fenómeno que cada vez se da con más frecuencia y a pesar de la existencia de la ley especial integral para una vida libre de violencia contra la mujer, las víctimas saben que sistema legal conlleva un proceso lento y engorroso, en lo mejores casos.

El que sistematiza la dignidad

Saliendo de su última clase, a las 5:00 pm, Mario, un estudiante de diseño gráfico de la Universidad Dr. José Matías Delgado se acerca y con una risa nerviosa se presenta. Esa misma risa que esconde su orgullo por la fama de “paquetero” —persona que logra conseguir varias fotos de mujeres desnudas o en poses atrevidas, haciendo alusión a que vienen en paquetes— que se ha conseguido dentro de su círculo y que se ha ido construyendo desde hace un año.

Así como unos son buenos para el fútbol, y otros para las matemáticas, Mario es bueno para la labia. Es con ella que, en las noches, cuando las hormonas se han alborotado, aprovecha la oportunidad para hacer su movida y obtener fotografías. “Es como jugar ajedrez”, cuenta Mario, para explicar que la obtención de estas fotografías es algo más sistemático.

Primero debe iniciar un contacto con alguna mujer, esto es casi siempre a través de grupos de Facebook como “Musca”, “Doriloka” o “Los Mantequilla”. Luego comienza a escribirles y entablar conversaciones con ellas para conocer cómo son y así determina de qué manera le conviene mejor hablarles. Mario explica que, si desde un principio percibe que la mujer no le pasará fotografías, prefiere cortar ahí la conversación porque no le gusta rogar por fotos. Es cuando ya sabe cómo tratarlas cuando comienza a pedir y obtenerlas.

Mario es moreno, y si no fuera por su piercing en el tabique, o su cabello largo hasta los hombros, fácilmente se confundiría con un inocente niño de 15 años y no 21, como en realidad tiene. No puede ocultar sonreír cuando cuenta que ese mismo día en la mañana le habían pasado ocho fotos. En promedio recibe 20 fotografías al mes. Él se las enseña a sus amigos, pero nunca se las pasa por alguna red social porque no quiere que ese material caiga en manos equivocadas.

A Mario tampoco le gusta que sus amigos le manden fotos a él porque no encuentra placer en tener algo que él no ha conseguido, y mucho menos le gusta cuando sabe que esas fotos son producto de venganza en una relación, “eso me enoja, que filtren fotos de cheras, porque al final siempre las culpan a ellas y eso no es así. Eso es estúpido, no ganás nada”, manifiesta Mario. Es por esto mismo que él nunca ha tenido repercusiones; evita mandar estas fotos y se asegura que a quien se las muestra sean amigos de confianza.

Sin embargo, no es de cualquier chica la que Mario está dispuesto a sacarle fotografías. Respecto al área emocional, él explica que no le gusta pedirle fotos a sus parejas porque no es su intención, “no quiero que para mí ella sea sólo un pack”, dice Mario, aunque también admite que en más de una ocasión sí tuvo fotos de sus novias, pero que las borró inmediatamente la relación terminó.

Sentado en una mesa a orillas de una calle principal en medio de la capital, el joven aspirante a diseñador cuenta que considera esta práctica algo muy normal. “Siento que es como para apantallar”, explica al preguntarle por qué cree que otros jóvenes filtran material privado. El psicólogo Óscar Vazquez ilustra ese deseo de superioridad con un término llamado “micromachismo”. Originalmente planteado por Luis Bonino, psicoterapeuta y médico psiquiatra, el micromachismo hace referencia a la necesidad que tienen los hombres de recrear la dominación del machismo en aspectos micro de la vida. Es decir, siempre existirá un área en la que acciones machistas florezcan en situaciones específicas. Para algunos es cuando los rebasan en el tráfico, en un partido de fútbol, cuando se sienten directamente vulnerados por una mujer o en el momento en el que necesitan imponer su hombría dentro de un grupo.

Al hablar de su familia, Mario, muy tranquilo, comenta que sus padres tienen una vaga idea de su hobby. En ocasiones el padre de Mario ha hecho comentarios exclamando que el joven no es bueno para alguna cosa, pero sí para “andar sacando fotos de bichas”. Hasta el momento de la entrevista, Mario no tenía idea de que mostrarle las fotografías a sus amigos es un delito, y su ojos cafés se ponen como platos de la impresión al saberlo, sin embargo, tampoco se ve que se haya convencido de detener lo que hace.

La que está intentando recuperarla

Risas, uniformes, recreos con amigos, estudiar para exámenes que en su momento parecían el fin del mundo, ahora son parte de una época que muchos recordamos con nostalgia, no en el caso de Daniela quien ahora tiene 21 años y cursa su cuarto año de ingeniería industrial. Su etapa de colegio no es algo que quiera recordar, o que lo haga con mucho entusiasmo. Lo único que siente es traición luego de que quienes consideraba sus amigos tras 12 años de crecer junto a ellos filtraron videos de ella en la red. “Fue horrible”, recuerda Daniela, cuando el que era entonces su mejor amigo se le acercó los últimos días de clases y le dijo que en Ask, una red social en la cual se hacen preguntas anónimas a los usuarios, le habían escrito sobre unos videos que tenía. Fue ahí cuando le confesó a su amigo que sí era ella en esos videos.

“Solamente quería ver cómo me veía y ya, ni siquiera se los pase a mi novio, eran para mí”, explica Daniela. —Esto en realidad es un derecho establecido en la Conferencia de El Cairo y la Afirmación de los Derechos Sexuales y Reproductivos de 1994, donde se expresa que las mujeres pueden gozar de su sexualidad libremente. Oscar Vazquez explica que es igual a cuando una mujer compra un vestido y se contempla en el espejo para ver cómo se ve. Es el mismo principio—

El amigo de Daniela le ofreció su ayuda porque, según ella, había sido hackeada. No mucho después, los videos y la verdad salieron a la luz. Quien los había filtrado no era cualquier hacker, sino su mismo mejor amigo, que, junto a otros dos jóvenes, habían aprovechado el descuido de Daniela en una fiesta, para desbloquear su teléfono esperando encontrar fotos de ella en la playa, o tal vez una selfie más sensual que no se haya atrevido a subir, pero encontraron mucho más y, claramente, no pudieron resistir.  Se compartieron los videos entre ellos, pero eso no fue todo, también armaron un grupo con varios de sus compañeros en WhatsApp, donde compartieron el contenido que inevitablemente se viralizó.

Fue cuestión de tiempo para que el material llegara a todos su amigos, familiares, a los padres de su novio quienes le prohibieron la relación con ella, y a sus propios padres, “eso es lo que más me dolió, ver cómo les afectó a ellos” dijo Daniela. Ella recuerda el día en que llegó su tía, luego de llamarle a su mamá para decirle que en un rato llegaría para contarle algo de su hija, ella supo inmediatamente de qué se trataba. Realmente esconder el video iba a ser una tarea imposible entre tantas cuentas falsas de Facebook que lo divulgaban, personas que lo compartían por morbo, cuentas en Instagram dedicadas a ella, hasta llegar a cuentas pornográficas. Los videos se habían vuelto como una bola de nieve que no dejaba de rodar. “No salí de mi casa por un mes”, explica, “mis papás me quitaron el teléfono, pero realmente no quería ver a nadie de todas formas. Me alejé de todos mis compañeros, porque de ellos salió”.

Para Daniela, salir se había vuelto una tarea difícil de cumplir, sentía la mirada de la gente juzgándola en las calles. “Aun ahora la gente se me queda viendo, pero las que han sido peores son las cheras. Siendo mujeres la regamos porque deberíamos apoyarnos” recuerda con miradas furtivas, en las que se logra apreciar lo lloroso de sus ojos negros “solo una vez unas niñas que ni conozco me escribieron por Facebook, insultándome, pero en persona no. De hombres sí he recibido muchos mensajes, cosas vulgares, un montón. Todo en las redes sociales” continúa.

La expresión de Daniela es evasiva, es claro que es un tema que hasta al día de hoy, cuatro años después, le afecta mucho, habla nerviosa y juega con sus manos temblorosas. Su caso no es algo que se haya quedado como un escándalo de colegio. La siguió a la universidad, en donde tanto compañeros como catedráticos la reconocen por sus videos. “Es bien fuerte que te vean todo” dice entre recuerdos. Este video no solo le causó una reputación en la universidad, sino le costó también varias oportunidades laborales. De pronto su sueño de ser reina de belleza se vio obstaculizado debido a que los promotores le dijeron que ya no podría participar, porque no podían exponerse ellos, ni exponerla a ella.

Si esta situación fuera una película de Hollywood, quienes publicaron el video de Daniela estarían pagando las consecuencias de un crimen, porque en El Salvador hacer público este tipo de material es penalizado con un máximo de cinco años, como lo dicta el artículo 51 de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres. La condena se agrava si quien aparece en el material es un menor de edad —como lo era Daniela cuando se filtraron sus videos, quien tenía 17 años— según establece el artículo 171 del Código Penal.

Lastimosamente, la vida real no está llena de finales felices, ni de una narrativa de crimen y castigo; por el contrario, luego de cuatro años de haber puesto una demanda formal, ninguno de sus agresores ha recibido tan siquiera la notificación de la denuncia, esto queda claro cuando fiscales, como Gonzalo Zelaya quien es el encargado del caso de Daniela,  comentan que hay que tener especial cuidado con estos casos porque, si se va a mandar a alguien a la cárcel, tiene que ser por razones que de verdad lo merezcan —como si invadir la intimidad sexual y la vida privada de una persona, para luego desvalorizar su caso y adjudicarle las consecuencias llevándola a un continuo señalamiento no fuese digno de un procedimiento justo—.

Viñerta explica que es muy común que  las mujeres se retracten  de estos casos tanto  por la carga emocional y la recriminación que esto implica. Son casos como este por los cuales las mujeres que han sido víctimas de estos crímenes no los denuncian. Ellas no creen en el sistema judicial, no creen que quieran ayudarles, por el contrario, al llegar se sienten re victimizadas.

Quién sabe cuándo o qué será suficiente para que este tipo de delitos paren. Este es un tema que la sociedad toma tan a ligera que para muchos no es realmente un problema, pero en realidad el continuo señalamiento hacia esta victimas pueda llevar a consecuencias tan graves como muerte, así como sucedió con Tiziana, una joven italiana que se quitó la vida luego de que un video sexual suyo fuese filtrado por su exnovio, y acabase con su vida social. Como hemos visto, para los hombres, muchas veces, compartir material íntimo de alguien más es sólo otra actividad rutinaria, una manera de enaltecerse, una manera de comparar logros con los amigos. Para las mujeres, por otro lado, podría significar el fin de su vida como la conocen, una súbita despedida a su dignidad.

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