Vivir en la sombra de un cuerpo

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Todas sus amigas le piden a Nick que las maquille. El a encontrado en el maquillaje una forma de expresión. Foto por: Carmen Escobar.

Los colegios y las iglesias no son los lugares en donde normalmente una persona con preferencias sexuales distintas a las heterosexuales se siente cómoda, pero los siguientes casos muestran dos historias de hombres trans que han sabido integrarse a estos espacios a los que ahora llaman hogar.

Por Carmen Escobar

Cabe recordar que la violencia de género es algo que sigue vigente, según Cruz Torres, director de diversidad sexual la mayor parte de la población trans no llega a los 35 años de vida. He conocido este miedo de primera mano y lo he registrado en todas las fuentes que intenté entrevistar y que por precaución decidieron que era mejor no hablar al respecto, por eso mismo que se ha protegido la identidad de uno de estos casos.

 Nick: “Me quieren imponer lo que soy yo por lo que creen ellos»

A las 2:00 pm de un 21 de octubre, tres años después regresé a un lugar que no era nada nuevo para mí. Aquí había pasado muchas de las etapas más significativas de mi vida, el colegio. Entro a un pequeño recinto, más similar a un complejo de apartamentos que a una institución. A un lado hay dos edificios de dos plantas, cruzo a la derecha y paso una pequeña cafetería pintada de verde limón, chillante y al fondo las canchas. En total son dos de cemento y una de fútbol rápido. Al fondo, una biblioteca que fue construida hace unos diez años y que lo único que posee son libros de cuentos de McGraw-Hill y ejemplares de libros de texto, ni Cortázar, Saramago, Borges o Camus se encuentran en esa estantería.

Me siento en unas graderías grises de metal que hacen juego con el techo alto y de lámina, que en conjunto le dan un aspecto sombrío al lugar. Ahí está la promoción comiendo McDonald’s y vestidos con ropa deportiva, los Nikes parecen ser parte del uniforme. Nick se acerca y me saluda. A sus 18 años, tiene piel bronceada, cabello corto, tal y como los varones, pero con un flequillo el cual le da apariencia más juvenil, es menudo y con voz un tanto aguda, pero no de esas que te rayan el tímpano, por el contrario, es acorde con su complexión.

Su cara a un es delicada, con facciones finas, pero su aspecto es masculino, esto le da una apariencia andrógina, o sea que su apariencia puede ser tanto femenina como masculina. Usa uniforme de deporte, del cuello de la camiseta se le salen las esquinas del brasier deportivo que le ayuda a ocultar los rasgos físicos de su feminidad que lo asemejarían más a Nicole, su nombre dado al nacer.

En un rato comenzará el ensayo de baile, el cual será el último adiós de Nick y sus compañeros a sus años de colegio. Él estudiará diseño gráfico en la Universidad Anáhuac en México, ese ha sido su sueño desde pequeño cuando se imaginaba diseñando las tapas de los videojuegos de Zelda junto a su hermana menor. Esos son los mejores recuerdos de su infancia.

Desde las gradas los observo prepararse y ellos me observan observarlos. Nick se desenvuelve bien, habla con todos, bromea e inclusive lo distinguen y le llaman por los pronombres de él, en lugar de ella.

Luego de mucho tiempo perdido a las 3:56 p.m. se ponen en sus respectivos puestos y un grupito de adolescentes que no sobrepasan los  18 años – en mi año a este grupo le decíamos Los favoritos de Ricki, el profesor de baile, por supuesto jamás estuve ahí -. Inician con la canción Seven years old, que con una melodía melancólica narra la típica vida de un hombre que se casa y tiene hijos. Nick está a los lados hablando animosamente con una amiga. Pertenecer al baile no le emociona mucho. Él le solicito unos meses atrás a Ricki que lo dejara bailar con el grupo de los niños, esto la llevo a dirección donde le dijeron que para poder hacerlo sus padres debían firmar una autorización. Sí, necesitaba una autorización para bailar.

Nick tras bambalindas obeserva y espera su entrada mientras observa a sus compañeras hacer la entrada del baile. Foto por: Carmen Escobar.
Nick tras bambalindas observa y espera su entrada mientras mira a sus compañeras hacer la entrada del baile. Foto por: Carmen Escobar.

Él viene de una familia grande, tiene dos hermanos mayores y una hermana menor. Su padre, aunque no lo ha dicho explícitamente le apoya y le ha ofrecido irse a vivir con él cuando se vaya a México. “Gracias a él yo soporto todo en mi casa”, me dice. Su madre por el contrario no aceptaría fácilmente su decisión, ella considera que Dios nos ha traído a este mundo a luchar contra la población LGBTI (Lesbico, gay, bisexual, trasexual, transgenero e intersersexual). Sus hermanos le miran como algo similar a una aberración de la naturaleza y le reiteran todos los días que debe cambiar su aspecto por uno más femenino, que ella es mujer y se debe comportar como tal. Es con su hermana menor con quien es más unido, comparten gustos como los videojuegos y la música, aunque a ella solo le ha revelado que es pansexual, la cual es una orientación sexual que se caracteriza por la atracción a todos lo géneros, incluyendo los no binarios. Una persona que con genero binarios es aquella que se asimila dentro del espectro femenino o masculino.

Por eso cuando la directora estipuló que para bailar como hombre debía traer un consentimiento, no necesito preguntarle a su madre, quien era la que debía firmar, eso no solo resultaría en una negativa y sino también en un escándalo dentro del círculo familiar.

«5, 6, 7, 8» cuenta Ed y se ponen en sus puestos y marcan posiciones. «5, 6, 7, 8; 5, 6, 7, 8; 5, 6, 7, 8; 5, 6, 7, 8» así van hasta las 5:05 pm. Los rayos del sol que antes eran fuertes ahora se han comenzado a borrar y un color más grisáceo en el cielo se pone más a tono con los colores de la cancha.

El colegio es el escape de Nick y a diferencia de muchos aquí se siente bien, casi todos le han apoyado en su transición le hacen sentir cómodo. “Hay un compañero que veces me molesta. Una vez él tenía dos lapiceros y me dijo en mi mano tengo la cantidad de géneros que existen (o sea dos) como me enoje saque un color de una caja de colores y le dije en mi mano estoy sosteniendo el único color piel de una caja de colores y como él es negro se ofendió. Eso fue como a mitad de año ahora tiene más curiosidad porque lo he hablado más abiertamente con él”.

A las 6:45 el ensayo termina, todos han bailado. Los movimientos de Nick han sido desanimamos y monótonos, se debe alistar mentalmente para el día siguiente en el que le tocará vestirse de mujer y bailar frente a 500 personas en el Teatro Presidente.

“Tercera llamada, la función está a punto de comenzar”

Las 5:40 p.m. marcan el reloj, ya es prácticamente de noche, el cielo está oscuro y se acompaña de un viento helado. Estoy afuera del Teatro Presidente haciendo una fila para entrar, parece exagerado, pero esta no mide menos de 100 metros, la cual va desde las puertas de la entrada hasta doblar en el museo MARTE. A los lados de la fila están todos los niños que van a participar en el show y se distinguen por lo trajes, uno de karate, otras vestidas con falda roja y blusa amarillo pollito, entro todos esos destaca una blusa turquesa con mangas largas de encaje, licras grises para los niños un suéter negro con rayas y bermudas holgadas aquas, ambos con tenis blancos, que resplandecen. Ese es el traje de la promoción.

Me acerco a ese grupo y saludo a Nick, quien utiliza el mismo traje de las niñas. Esta maquillado con sombras negras y doradas en el parpado, pestañas postizas y pómulos pronunciados acompañados de un rosa en los labios. La única diferencia entre él y sus amigas es el peinado, mientras Nick se acopla a su cabello corto, el cual le ha causado problemas en el colegio y su casa por la apariencia de niño, la mayoría de sus amigas lo llevan por debajo de los hombros, encolochado y con una trenza al lado derecho.

Luego de casi una hora, a las 6:30, entro al teatro y me dirijo al backstage “mi hermano actúa y vengo a ayudarle”, digo para entrar. No es una completa mentira, mi hermano sí actúa, pero yo no lo vi. Subo a los camerinos e inmediatamente me rodea un calor vaporoso que se me impregna en el cuerpo y me abraza durante toda la noche. En el camerino Nick es el más solicitado, pues él maquilla a todas sus compañeras, a algunas desde cero a otras solo les pone pestañas postizas. Todos sus compañeros me miran raro, saben que no soy parte de ellos, me vigilan de que no le haga daño a Nick.  En un momento se acercan tantas a la vez que le ayudo y las maquillo también. “¿no sentís raro volver acá?” me pregunta una de sus compañeras a la que le aplicaba un poco de bronceador en las mequillas para definir sus pómulos y darle una apariencia más delicada, “sí” les respondo y todas se ríen.

“¡Qué linda te ves!”, le dice una joven morena y con ojos achinados que acaba de llegar, quien le responde automáticamente “¿Cómo?” “Perdón, lindo”. “Nick, ayúdame”, “Nick, maquillame”. Nadie le dice Nicole, el nombre que le fue dado al nacer “Hola, Nicolás”, le dice una niña que va entrando.

Aunque no ha decidido nombre aún, sabe que Nick no es el nombre con el que se quedara, cuando se haga el remplazo hormonal, al que está decidido, pero que no ha encontrado como hacérselo en El Salvador. Hablando con el dr. Jorge Quant, cirujano plástico, me doy cuenta que las opciones son desorbitantemente caras, pues me asegura que para las mujeres trans la feminización completa puede sobrepasar hasta los $100 mil dólares. La cual incluye operaciones estéticas en el cuerpo y rostro, así como también un equipo de multidisciplinario que incluyen un urólogo y endocrinólogo, quien es el encargado del remplazo hormonal.

Me encuentro con varios maestros y me preguntan qué hago, mi respuesta es decir que me contrataron para maquillar, si les digo que estoy haciendo una crónica sobre un estudiante trans, la historia sería diferente y yo muy probablemente habría terminado afuera del teatro, pues, aunque es un colegio sin denominación religiosa, este se abriga de “valores tradicionales”, tales como dar misa cada evento festivo y rezar una oración todas las mañanas.

A las 7:46, Nick ya ha terminado de maquillar a sus compañeras y el maestro de baile sube con el de matemáticas y la de química. Reúnen a los bachilleres y les instan a hacer una oración para pedirle a Dios que les permita tener una presentación exitosa, pues se han preparado meses para este día. Nick solo baja la cabeza y no se persina. Por mi parte estoy en una esquina con los dos fotógrafos profesionales que han sido contratados para que capturen cada momento. Luego de orar se viene un grito de júbilo, el que estoy segura que pudieron escuchar los padres en el público. En fila todos bajan a la primera planta en donde está el escenario.

La ropa siempre ha sido un tema delicado para Nick y Evan. Nick tiene este closet en el que guarda toda la ropa que le regala su mamá, por su parte Evan optaba por romperla, botarla o quemarla. Foto por: Carmen Escobar.
La ropa siempre ha sido un tema delicado para Nick y Evan. Nick tiene este closet en el que guarda toda la ropa que le regala su mamá, por su parte Evan optaba por romperla, botarla o quemarla. Foto por: Carmen Escobar.

Las chicas están estirándose y practicando los pasos de su rutina. Nick me mira nervioso, mientras me dice que no se acuerda de varios pasos y que no sabe adónde entrar. Me da su camiseta la cual se debe poner en menos dos minutos en el espacio que queda entre bailes. Nick me mira y se ríe mientras mueve mecánicamente las manos, intentando recordar los detalles de la coreografía al que se vio obligado a participar.

Se cierra el telón. En posición del baile, ya están a los lados del escenario preparados para salir. Nick es el primero en la fila quien sigue repasando ansioso los pasos. Hay tanta euforia y tanta adrenalina en el aire que hasta yo siento los nerviosos. «No hemos preparado meses y meses lo podemos hacer», los anima una compañera. Se abre el telón y suena la música. Es hora. Nick baila, baila, baila y baila. El desánimo que había tenido a lo largo de los ensayos ahora es adrenalina y su rostro lo expresa con una gran sonrisa. Diez minutos duró todo y cuando terminan ya es el fin. Ese es el adiós. Todos se abrazan, abrazan a Nick, saltan y cantan el himno del colegio. Nick me mira desde el escenario y sonríe con felicidad. Definitivamente entre sus compañeros esta su espacio. 

 Evan: “No soy un error ortográfico, soy el poema completo”

10 a.m. de un domingo, entro a la capilla de la iglesia episcopal anglicana de El Salvador la misa acaba de comenzar y me toca uno de los asientos de atrás, desde ahí puedo observar la capilla llena, es un cuadro perfecto más pequeño de lo que normalmente se acostumbre, pero sin contar el espacio del altar que toma por lo menos cinco metros de largo en el que se encuentra un Jesucristo crucificado dibujado al centro y a los lados el espacio para el coro, caben unas 70 personas.

Los asistentes son un grupo diverso: personas blancas, morenas, unas visten con telas finas, delicadas, otras con jeans y camisetas, hay ancianos y niños. Entre ellos se encuentra Evan, un joven moreno de espalda gruesa, complexión delgada y de no más de 1.60 de estatura a simple vista parece de 16 años y no un estudiante de quinto año de medicina que está a punto de cumplir los 23.

Desde hace dos años y un mes Evan se congrega regularmente en esta iglesia, para él un hombre abiertamente trans, la iglesia antes no había sido más que un lugar un espacio de discriminación. Recuerda que cuando tenía 15 años fue expulsado de la iglesia Cristo Resucitado porque decidió utilizar pantalón formal en lugar de una falda debajo de la larga sotana blanca que cubre hasta los tobillos que usa normalmente un acólito o monaguillo. Cuando terminó el servicio con el olor a incensó aun impregnado la directora del grupo se le acercó y le dijo que no quería volver a ver ese desorden y que si no quería cooperar mejor le dijera, esto en última instancia lo llevo a la oficina del padre que le dijo que su comportamiento le daba mala imagen a la iglesia y que si seguía firme en su decisión de usar pantalones mejor se retirara.

A partir de este episodio decidió no volver a la iglesia la cual realmente era más un compromiso que una necesidad. Más de cinco años después impulsado por una tía que buscaba ayudarlo a salir de una ruptura amorosa y que cuya relación había durado casi lo mismo que su descanso de la iglesia decidió probar el grupo de diversidad sexual, el mismo que el sacerdote anunció al final de misa con los avisos parroquiales.

Era diferente al grupo anterior, no solo no lo discriminaban si no que lo aceptaban.  Para él era curioso que hubiese un ministerio dentro de una iglesia, “la cuna del pecado dentro de una iglesia”, me dice mientras se ríe. Evan ríe mucho, de hecho, su cara es bastante amigable y sus expresiones muy marcadas, casi caricaturescas. Tiene ojos achinados, nariz gruesa y boca grande todo dentro de una cara con forma cuadrada y que es enmarcada por una barba escasa, pero evidente.

Evan es un nombre de origen celta que significa “hombre luchador” que es lo que lo ha definido desde siempre. Desde el momento en el que sentó a sus mamá, papá y hermano a los 18 años y les leyó una carta que había escrito a los 16 diciéndoles que él era transgenero y que desde ese momento hasta el resto de su vida él se identificaba ante ellos como hombre pues era algo que había estado guardando desde la infancia cuando no se sentía a gusto con su cuerpo. “Yo me sentía gay, pero eso no tenía lógica bajo la construcción en la que estaba, que era ser mujer”, dice. A sus 14 años cuando su papá le dio su primera laptop y se dedicó a buscar en internet el cambio de sexo hasta llegar a la palabra transgenero.

Con una madre que se sentía lastimada por la vida que había tomado y que lloró todo el primer año, un padre que en un principio le decía que era una vergüenza y con quien hasta el día de hoy no ha podido recuperar su relación en totalidad es que se aventuró al camino de ser abiertamente él mismo. Con ayuda psiquiátrica con la que ha recibido junto a sus padres poco a poco se fue ganando la aceptación de su familia.

Ahora veo a Evan sentado escuchando la palabra de Dios, los rayos de luz que anuncias el medio día se apoyan en su cara, lo observo detenidamente y se me hace imposible pensarlo como mujer y es que de hecho él nunca ha sido mujer explica, “Naces siendo lo que sos, de pronto puede existir una genitalidad que es por la que los doctores te identifican. Me podés decir naciste con vagina y yo te diría sí, pero si me decís naciste como mujer yo te diría no”.

Con cabello corto, rasgos fáciles más similares a los de un hombre y ninguna evidencia de busto. Con apoyo económico de sus padres se quitó el busto mediante una operación estética el 15 de mayo del 2015. Para él eso fue un renacer que le costó 3 mil dólares. A parte también gasta desde septiembre del año pasado $14.50 dólares mensuales en hormonas que se inyecta él mismo con sus conocimientos de medicina porque no ha encontrado médicos capacitados y sensibilizados que le ayuden. Él año pasado a través de una asociación de hombres trans conoció al endocrinólogo Modesto Mendizábal quien supuestamente le ayudaría, pero que hasta el día de hoy dice que sigue esperando su cita.

El sermón del hoy habla sobre el perdón y el padre que oficia la misa, un hombre alto imponente con cachetes rosados y cabello blanco, la da en inglés junto a él se encuentra una alta mujer que ronda los 35 años blanca y rubia con un vestido corto dorado. Ella traduce y con un español fluido dijo “queremos mantener dentro de nosotros el odio, pero tenemos que pedirle a Dios que nos de fuerza. Ese es el poder de Dios”, dentro de esta situación lo más peculiar es que el padre de uno 70 años sostiene el micrófono con las dos piezas similares a garfios de titanio que remplazan sus manos las cuales perdió hace 26 años cuando en Sudáfrica abrió una carta bomba. “Yo no sé quién me hizo esto, pero yo ya lo perdoné”. Cuando termina el sermón todos aplauden con entusiasmo. El ambiente en esta misa es de júbilo, todos sonríen y participan en la palabra, opinan, incluso cuando llega la hora de dar la paz todo se saludan entre todos.

Para la población trans en el país «perdonar» suena algo tan lejano como lo que se encuentra en las Escrituras. Realmente han sido una población muy trastocada por la violencia y la mentalidad conservadora germinada en gran parte por diferentes sectores religiosos cuyo discurso no es necesariamente el de “amad los uno a los otros tal y como yo lo he amado a ustedes”.

 Martin Barahona, ex obispo y reverendo de esta iglesia explica que su decisión de abrirle las puertas a la población LGBTI le ha costado señalamiento y críticas entre sus compañeros religiosos, pero para él esto no ser trata de ser gay, lesbiana o trans sino de ser un humano, hijo de Dios, y que tienen los mismos derechos de todos. “A excepción de nosotros ninguna iglesia los acepta, los católicos romanos le dicen “vengan, pero dejen de ser gays” y eso no se puede porque no es algo que se escoge”. Otra de las prioridades del reverendo es luchar para le legalización del aborto y los derechos de las trabajadoras sexuales.

Evan no ha sido la excepción a sus 23 años se transporta a sus años de pre y adolescencia en un prestigioso colegio católico de la capital. Lo ignoraron por la mayor parte del tiempo, ignorado, pero no era invisible. A sus espaldas hablan de él, sobre si tenía pene o no, “qué le pasa a la “niña-niño” a esa “cosa rara” que se atrevía a caminar por el colegio con short en lugar de falda que andaba el pelo corto en lugar de largo, se siente más porque su mamá es la rectora de primaria”, decían sus compañeros. A los 11 años casi todo su salón lo interceptó, lo llevaron a la parte de atrás de la capilla y entre todos le sostuvieron de los brazos, los pies y le taparon la boca, los desvistieron pues ellos necesitaban saber quién era “será que tiene pene o vagina”, dijeron.

Las situaciones de violencia no han sido exclusivas al colegio, ahora estudia quinto año de medicina en la USAM (Universidad Salvadoreña Alberto Masferrer) en donde ha sentido mayor aceptación a diferencia de a UES (Universidad de El Salvador) adonde estudió sus primeros dos años de medicina. Ahí tuvo muchos catedráticos que le reprocharon su decisión de llamarse Evan, entre ellos la de atención comunitaria en salud quien ante su solicitud de pedirle que se refiriera él por el nombre de Evan le dijo: “¿Qué tiene usted entre las piernas? Usted nació mujer y se va a morir así, no entiendo porque quiere cambar el orden natural. Enséñeme su DUI porque legalmente así se llama, es problema de leyes, no el mío.”

Al recibirse como anglicano, el cual es un segundo bautismo, se le dio un título con el nombre de Evan. El padre le explico que así lo reconocía porque así es como Dios lo quiere. Foto por: Carmen Escobar.
Al recibirse como anglicano, el cual es un segundo bautismo, se le dio un título con el nombre de Evan. El padre le explico que así lo reconocía porque así es como Dios lo quiere. Foto por: Carmen Escobar.

Decir que todos sus maestros han sido duros sería un afirmación errónea dentro del mismo colegio ha encontrado maestras que le han apoyado y a la fecha se han convertido en sus amigas. Una de ellas, Gloria Guevara que le dio cuarto grado le enseñó más que las tablas y los decimales, con palabras suaves y cargadas de amor le insto a que se amara a él mismo, que caminara con orgullo, recto, pues se encorvado como una manera de esconder el busto que inevitablemente le crecía, pues “debía de estar orgulloso de quien era”. En sexto grado la maestra Angélica Barrera, le dijo una frase que le quedaría plasmada por el resto de su vida: “vos en la vida has venido creyendo que sos un error ortográfico, vos sos un poema completo”, dice con una sonrisa inevitable y con sentimiento en sus ojos.

A las 11:35 “la misa ha terminado, podéis ir en paz demos gracias al Señor” dice el padre. Todos se levantan y se acercan para saludarme, aunque no me conocen, me preguntan que me ha parecido la misa y me aseguran que esto siempre bienvenida. Es este recibimiento tan caluroso, lleno de sonrisas y abrazos el que me hace entender porque Evan siente este como un hogar. Aquí él ha encontrado el amor y respeto que no le han sabido dar fuera.

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