“En palabras simples, para mí, UCA es la Harvard de El Salvador”

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La filosofía es más que una carrera, es una guía para la vida, mencionó Julio César Ábrego. Para él, la sociedad necesita profesionales comprometidos que sean agentes de cambio.

Julio César Abrego es miembro del equipo de expertos de Lenguaje y Literatura en El Salvador . Estudió Licenciatura en Filosofía (1984-1988).

Por Valeria Hidalgo

Soy un hombre de 55 años de edad, profesional de la filosofía, formado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, quien desde 1988, hasta la fecha, me ha otorgado un bagaje de conocimiento extraído de hombres de altura como el doctor Segundo Montes e Ignacio Ellacuría, a los que con todo respeto recuerdo. De igual modo, al doctor en Psicología Social,  Ignacio   Martin Baró. Todos,  formadores de una gran masa de estudiantes en medio de un ambiente de guerra.

Junto a ellos, se emprende un proyecto llamado “ECA”, revista que daba a conocer los problemas, las crisis y la situación de la iglesia frente al Estado y al gobierno. Como siempre, la UCA se ha destacado por ser un alma mater,  que permite el desarrollo social. Formando profesionales críticos sociales.

En 1988, en el aula magna número IV,  Ignacio Ellacuría dijo: “Bueno, van a recibir un título para que se mueran de hambre”, lo tengo bien presente; sin embargo, él no lo decía para dignificar la licenciatura en filosofía sino más bien para concientizar al nuevo profesional sobre su realidad. Como diría  Platón, a que el Estado no le paga a un filósofo para gobernar, pero sí para enseñar.

La facultad de ciencias del hombre, del pensamiento y la naturaleza, tenía como entereza ir más allá del análisis. Un examen parcial, era someter a un estudiante a la presión de saber que alrededor suyo había gente con una capacidad y un conocimiento elevado. Eran mis maestros. Llevé matemáticas con el ingeniero Eduardo Escapini Peñate, en segunda, pero aprendí la importancia de los números al momento de aplicar  los procesos epistemológicos.

La problemática político-social afectó nuestra formación profesional. La muerte de los jesuitas, maestros que habían sido nuestro ejemplo a seguir, fue un golpe bajo en su momento.

Otro de los recuerdos que tengo, fueron las discusiones con Ana María Nafría acerca del análisis del código de la lengua. Con  Fernández Sosiego, en cuanto al significante y el significado.

En uno de los debates dirigidos por Ignacio Ellacuría,  recuerdo a un compañero preguntar: “¿Profesor, para qué la filosofía?“, y Ellacuría le responde: “Para que no vuelvas a hacer esa pregunta.”.

Cosas que hicieron de mi experiencia como estudiante un episodio fascinante. Es imposible que pueda quejarme de la UCA.

Y es que UCA formó a un ciudadano no tóxico, alguien que cumple deberes, alguien responsable, una persona productiva para la sociedad, que se comprometa con la misma. Esa es la razón por la que la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas hace mella en los profesionales actuales.

En palabras simple, para mí, UCA es la Harvard de El Salvador.  

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